Las hazañas invertidas de Pedro Sánchez

OPINIÓN

FERNANDO VILLAR | EFE

25 nov 2017 . Actualizado a las 09:27 h.

Una hazaña invertida es lo mismo que un fiasco. Y un héroe de hazañas invertidas es aquel que, en vez de ir hacia el fracaso por el atajo, como todo el mundo, lo planifica y lo explica todo minuciosamente, como si fuese a salvar el mundo, pero marra siempre los finales. Y eso es, en España, Pedro Sánchez, el apuesto antihéroe socialista al que casi todo le sale mal.

Siguiendo a Luís Aragonés, que siempre inculcaba a sus jugadores «el hambre de gol», no voy a reprocharle a Sánchez que tenga hambre de Moncloa, ni que, comprometido -como Scarlett O’Hara- a no pasar más hambre, esté dispuesto a aliarse con cualquiera para ser presidente.

Lo que sí le reprocho es que, tras comprobar que no tiene votos ni amigos que lo lleven al poder, renuncie a servir al país y dedique su vida a planificar el bloqueo de todo lo que se mueve.

Porque es esa perniciosa obsesión la que lo empuja a empezar sus tareas como un héroe, para terminarlas después como un trágico fracasado.

Lo que preocupa estos días a la parroquia socialista, que, por la ambición de Sánchez, está gobernando con pactos atrabiliarios la mitad de las Comunidades Autónomas, es el acuerdo sobre el cupo vasco, que rompe, según parece, la solidaridad del Estado, y alarga el camino hacia un sistema de financiación -equilibrado, justo y estable- para todas las Comunidades. Pero Sánchez, en vez de garantizarle al Gobierno la estabilidad presupuestaria, imponer un cupo sin privilegios ni discriminaciones ofensivas, decidió bloquear el presupuesto, echó a Rajoy en brazos del PNV y de dos diputados canarios, para vestirse después de plañidero e ir, con los suyos, a llorar su propio pecado.

También en Cataluña, donde no le bastó con retrasar la aplicación del artículo 155, evitar la intervención de los medios de comunicación públicos, y -para quemar a Mariano Rajoy y situar a Miquel Iceta en el centro del tablero- forzar unas elecciones precipitadas e imprudentes, acaba de anunciar que no pactará ni con Inés Arrimadas ni con los independentistas, que no hay más salidas que investir a un Iceta derrotado o asumir el bloqueo político, y que, si los mismos a los que ahora desprecia, se niegan a pasar por el aro, la normalización de Cataluña quedará supeditada a unas nuevas elecciones.

España se parece bastante a Alemania: nos va bien la economía; tenemos una persona muy sólida al frente del Gobierno; disfrutamos un sistema que, a pesar de fragmentaciones y populismos, sigue siendo muy gobernable. Pero también tenemos a Shulz y a Pedro Sánchez, que al frente del SPD y el PSOE rompieron con los hábitos de gobernabilidad de sus respectivos países, para apostar por la quimérica esperanza de llegar al poder sin votos ni aliados, usando el bloqueo como llave.

Dos antihéroes, que, teniéndolo todo para servir con eficacia a sus países, optaron por ser perros del hortelano, esos que ni comen ni dejan comer.