Injerencias digitales

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

13 nov 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

El filósofo alemán Arthur Schopenhauer, una de las personalidades filosóficas más brillantes y pesimistas del siglo XIX, dedicó una especial atención a nuestro particular afán por tener siempre razón y, sobre todo, porque nos la den en cualquier disputa. Sobre ello, desarrolló 38 estratagemas para que cualquier hijo de vecino tenga alguna posibilidad de salirse con la suya. Lo cual me llevó a pensar en la coyuntura actual de nuestra patria, sacudida por el independentismo catalán y, ¡oh, sorpresa!, por la injerencia digital rusa que le presta apoyo para debilitar la UE. Porque ahora ya están claras esas manipulaciones informativas por medio de redes sociales y otras vías cibernéticas. Algo que Schopenhauer derivaría de la perversidad natural del ser humano. Porque si esta no existiese, en todos los debates brillaría siempre la verdad. Pero no es así. Por ello es tan necesaria la dialéctica clarificadora que nos llega desde Sócrates y Aristóteles y que, con la incorporación de múltiples impulsos analíticos, nos permite sustentar el debate, profundizar en él y así llegar a la verdad esencial, es decir, a la desarticulación de la ocultación y de la mentira que ahora campean a sus anchas en las redes sociales. El objetivo actual es afrontar la amenaza de desestabilización que afecta al buen funcionamiento institucional de las democracias occidentales ya consolidadas. Llama la atención que las maniobras procedentes de Rusia para influir en la crisis catalana hayan tenido su reflejo en el Comité de Inteligencia del Senado de Estados Unidos, donde testificaron altos responsables de las principales redes sociales sobre las actuaciones rusas contra Occidente. De esto cabe deducir que España también debería estar volcada en la pesquisa de esa actividad rusa que nos afecta en el ámbito de la desinformación. Corren tiempos en los que el pesimismo parece encontrar abono fácil. Hemos inventado prodigios de comunicación que no controlamos y que pueden convertirse en armas sutiles y sofisticadas contra nosotros mismos. Es como para no estar tranquilos.