Conllevar el problema

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

05 nov 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Estuvo certero Josep Borrell cuando tituló a Junqueras de «totalitario absoluto» y a Ada Colau de «emperatriz de la ambigüedad». Porque eso es lo que son de veras, y lo son porque ellos mismos lo han acreditado sobradamente con sus comportamientos políticos (y también con los impolíticos). A ellos hay que sumar al cofrade Pablo Iglesias, que, paradójicamente, no deja de predicar una fraternidad que suena a Gandhi, pero que es todo lo contrario cuando señala a sus adversarios como enemigos.

Yo comprendo que la tentación de pescar en río revuelto tiene sus atractivos y puede resultar provechosa, pero nunca conducirá a nada firme, duradero o fraternal. Como dijo Ortega y Gasset en su discurso de 1932 en las Cortes sobre el Estatuto de Cataluña: «El problema catalán es un problema que no se puede resolver, que solo se puede conllevar, que es un problema perpetuo, que ha sido siempre, antes de que existiese la unidad peninsular y seguirá siendo mientras España subsista, que es un problema perpetuo, y a fuer de tal, repito, solo se puede conllevar». ¿Sigue teniendo vigor la afirmación del sabio Ortega? No, según los fraternales secesionistas. Pero la realidad es que todavía nadie ha dado con la solución equilibrada y satisfactoria para todos (es decir, también para los catalanes, hoy tan divididos al respecto como antaño).

Lo malo es que en todo este debate lucen mucho más los intereses descarados de los partidos que sus propuestas de entendimiento y de acuerdo. De este modo, tanto las nuevas como las viejas fuerzas defienden con radicalidad sus criterios y sus posiciones. Y aquí estamos, como quiere Pablo Iglesias, fraternalmente unidos en torno a una discrepancia sin fin. Es decir, que 85 años después de la defensa de conllevar el problema, hecha por Ortega en las Cortes, no hemos salido aún del punto de partida.

Quisiera creer que quienes hablan siempre de entendimiento y de fraternidad lo hacen por algo más que por ampliar sus espacios y ganar votos. Porque, si no es posible un diálogo profundo y sincero entre un secesionista no truculento y un españolista de mente abierta, habrá que echarle encima otros 85 años de disputas a la cuestión catalana.