El payaso y los que le reían las gracias

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

Quique García | EFE

02 nov 2017 . Actualizado a las 08:51 h.

A quienes llevamos años denunciando en inmensa minoría la mamarrachada que se esconde detrás de toda esa mistificación histórica del independentismo catalán, de sus mentiras flagrantes, de su épica huera de cartón piedra, de su trilerismo político, de su sectarismo xenófobo y de sus siniestras y ridículas coreografías de masas, nos llama la atención que, de pronto, el mundo entero se caiga del guindo y se ponga de acuerdo en que Carles Puigdemont es un payaso y su causa un sinsentido. Muchos de los que hace dos días bailaban el agua a esta gente y nos presentaban a Oriol Junqueras como un cruce entre Adenauer y Mandela, hacen ahora chirigota de la cara de susto que se le ha quedado al líder de ERC tras el sopapo político que ha recibido de Rajoy y se mofan de esa santa compaña que vaga alucinada por Bruselas en busca de un abrazo.

Pero es necesario recordar que si semejantes patanes políticos han podido llegar hasta aquí, y han hecho tanto daño, ha sido porque muchos en España les han dado carrete y patente de corso para campar a sus anchas en Cataluña. Desde el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, reconvertido ahora en azote del independentismo, pero que hasta hace tres días se empeñaba en exigir a Rajoy que negociara con Puigdemont para dar una «solución política» a lo que no era más que un chantaje impresentable, hasta el líder de Podemos, Pablo Iglesias, que trata ahora de salvar el pellejo en su propio partido y de ponerse a flote tras haber chapoteado alegremente con Junqueras conspirando ambos contra España en la mansión de Jaume Roures.

Muchos de los que ahora se ríen de la mansedumbre con la que los consejeros catalanes abandonaron sus despachos tras ser cesados, o de la docilidad con la que la otrora guerrera expresidenta del Parlamento catalán Carmen Forcadell admitió que ya no era nadie, nos advertían muy serios hace nada de que aplicar el artículo 155 sería un suicidio para España porque supondría echar gasolina a una pira en la que Cataluña ardería mientras las masas se adueñarían de la calle para defender la república.

Esos mismos medios de comunicación catalanes que ahora, cuando el procés es solo una pesadilla, se prodigan en editoriales críticos que llaman a la prudencia y piden sensatez, eran hace nada plataformas al servicio de una causa independentista que, a falta de argumentos, compraba voluntades con generosas subvenciones. Es necesario que hagan autocrítica quienes llegaron a dar carta de naturaleza política a los mequetrefes de la CUP, anarquistas de salón que hacen la revolución con la paga del domingo. Ha hecho falta que Puigdemont se convierta en el hazmerreír de Europa cuando ha tratado de exportar las memeces que llevamos años escuchando en España para que algunos dejen de reírle las gracias.

La Justicia empieza hoy a pasar factura a los protagonistas del golpe. Tarde o temprano, pagarán Puigdemont, Junqueras y los suyos el daño infligido a Cataluña. Pero los españoles no deberían olvidar que hubo quienes, con su silencio o su interés político, alentaron este esperpento durante los últimos años.