Legalidad, normalidad, economía y 155

Abel Veiga TRIBUNA

OPINIÓN

27 oct 2017 . Actualizado a las 07:52 h.

Despertemos. El reloj es implacable. Su tic tac político nos devuelve a la realidad. Pero esta es una realidad imaginaria, cambiante, distinta, también desafiante. No nos engañemos, recuperar la normalidad no será sencillo. La legalidad sí, pero no la normalidad, pues ¿qué es hoy en Cataluña lo normal? ¿Y para quién es normal o anormal? No debemos subestimar al nacionalismo. No se estará callado. Quieto. El motor nunca se ha detenido, solo gripado en tiempos del tripartito, pero aquel espejismo les hizo más fuertes, más osados, más directos y menos prudentes. O todo o nada. Sabiendo como sabían que antes de la ruptura algunos se avendrían a negociar, a transigir, a conceder. Siempre se ha tratado de esto, hasta que de repente orquestaron el Putsch, como en 1923. Era el momento. La calle se llenaba de cientos de miles de catalanes ansiosos de creerse una fábula irreal. Pero las creencias son solo eso, sueños de imposibles que a veces, de casualidad, se hacen tangibles. El salto de gigante ha sido abismal, en todos los sentidos, sentándose en un vórtice de precipicios, pero también sentándonos a todos asomados en ese mismo abismo. Dos días para el recuerdo, 6 y 7 de septiembre. La legalidad constitucional y estatutaria se arranca de los altares de los demiurgos. Una nueva deidad surge, la deidad catalana. El resto, ya lo sabemos. Tensión. Reacción. Acción, espiral. Envolventes llenas de demagogia. Pero también juegos de riesgo. De vértigo. En España no se educa, se adoctrina. Y en adoctrinamiento algunos han sido maestros. El resentimiento, a día de hoy, es enorme, no lo ocultemos ni dejemos de lado. La distancia, mutuamente gigante. La desconfianza total y el recelo creciente.

Churchill lo dijo el día D, hemos alcanzado el final del principio, no el principio del final. Entramos en una nueva etapa. Y con ellas, España entera lo hace también.

La España de 1978 acaba de ser enterrada. No nos queremos dar cuenta. Qué pasará? Silencio deshabitado e incertidumbre. Mucha incertidumbre. Unos días por delante tensísimos en los que Puigdemont puede aún tensar más la cuerda. Después ya todo queda en manos del sentido común de la sociedad. No hacía falta haber llegado tan lejos. Con tanto desgarro y tanta rabia. Pero se ha llegado sin saber si estamos cerca de la última parada o en la estación final.