La última ballena

Fernanda Tabarés DIRECTORA DE VOZ AUDIOVISUAL

OPINIÓN

21 oct 2017 . Actualizado a las 16:07 h.

Calculo que arrancaban los años ochenta cuando en las playas de Cangas los niños detectábamos cuándo había llegado una ballena a Massó. El aire se impregnaba de un inconfundible olor a grasa y en el agua flotaba una capa que recordada hoy indicaba la envergadura del gigante que acababa de entrar en fábrica. En el año 1980, la empresa gallega conservaba la única factoría de España dedicada a despiezar y comercializar los inmensos mamíferos que capturaba una flota en regresión, muy vigilada por organismos internacionales que advertían que España tendía a incumplir las normas que trataban de estrechar el cerco en torno a los cazadores de ballenas. En los siglos XVI y XVII las pesquerías de las costas gallegas habían sido las más importantes de España, y sus arponeros, los más considerados del gremio. Pero aquellos días, en O Morrazo agonizaba un negocio y una forma de relacionarse con el mar enterrado por fin en el año 1986 cuando España suscribió la moratoria internacional que reclamaba el fin de una actividad incompatible con una visión civilizada de nuestro papel en la Tierra. Las fotos de los inmensos cadáveres vencidos de estos gigantes del mar despanzurrados en Punta Balea son hoy el testimonio de un mundo perdido que no siempre fue mejor.

La noticia estos días es que el Bottlenose Dolphin Research Institute de O Grove ha avistado ballenas azules en las costas de Galicia. Emociona imaginar a esos colosos de 24 metros de largo compartiendo ecosistema con nosotros en su ruta hacia el sur. Los biólogos que registraron su presencia describen una estampa sensacional: el gigantesco cetáceo nadaba en formación con seis o siete rorcuales -14 metros de largo- y varios arroases. «Na vida vimos algo así», confesaba a La Voz Alfredo López, biólogo del Cemma cuyo compromiso con el mar se aproxima al sacerdocio. Treinta años después de la firma de aquella moratoria y con la población de ballenas en proceso de recuperación, el avistamiento de ballenas azules en Galicia introduce algo de paz en esta época atravesada.

Cualquiera que haya tenido el privilegio de observar en su hábitat a una de estas criaturas habrá sentido dentro esa embriaguez. Es normal que en un barco de avistamiento el pasaje reciba con un silencio sagrado y una emoción íntima, pero muy reconocible en los demás, la presencia de una ballena gigante. Puede que sean su tamaño y esos movimientos tan majestuosos los que ayudan a rebajar la arrogancia. Definitivamente, es una buena manera de aprender a respetar la naturaleza.

Hace unos días, la revista Nature Ecology & Evolution confirmó que ballenas, delfines y marsopas mantienen relaciones sociales complejas, hablan entre ellos, se reconocen como individuos, trabajan en equipo y cooperan para conseguir objetivos comunes. No solo eso: son capaces de acometer vocalizaciones complejas y hasta de desarrollar dialectos grupales por regiones. Han pasado treinta años desde que entró el último cadáver de ballena en Massó. En algo hemos mejorado.