48 segundos ¿de gloria?

M.ª Carmen González Castro
M.ª Carmen González VUELTA Y VUELTA

OPINIÓN

11 oct 2017 . Actualizado a las 08:15 h.

Artur Mas se percató allá por el 2011, subido al helicóptero que lo trasladó al Palau de la Generalitat para evitar los manifestantes del 15-M, que tenía dos opciones: asumir la responsabilidad por los brutales recortes aplicados por su gobierno y por la mala situación financiera de la Generalitat, o canalizar esa ira hacia un enemigo común. E hizo como tantos políticos modernos. Pensar solo en sus intereses a corto plazo para no perder la silla. Y la vía que encontró fue subirse al carro de los independentistas.

En esa huida hacia adelante, que empezó como una forma de presionar para conseguir una parte más grande el pastel de la financiación, hasta que se le fue de las manos, acabó inhabilitado como consecuencia del primer seudorreferendo y sustituido (tras el veto de la CUP), por Carles Puigdemont  que, al contrario que Artur Mas, era un independentista convencido y, por lo tanto, menos predecible. Puigdemont siguió adelante, con ERC y la CUP como compañeros de viaje en una alianza un tanto extraña que ha dejado a los representantes de la burguesía catalana, no ya junto a la izquierda de Junqueras, sino sometidos a los anticapitalistas.

Las fisuras de esa alianza contra natura han quedado patentes en el pleno que ha declarado la independencia durante unos 48 segundos para a continuación pedir su suspensión porque el vértigo se ha apoderado de Puigdemont y finalmente no ha dejado satisfecho a nadie. Ni a sus socios de gobierno, con una declaración de independencia que ha durado unos 48 segundos, ni al Gobierno de la nación, que está obligado a actuar ante semejante afrenta. Ni a los ciudadanos que se agolpaban frente al Parlament y esperaban ansiosos una república catalana, ni a los que el domingo tomaron Barcelona en defensa de una España unida. Ni a las empresas que han trasladado su sede social fuera de Cataluña para minimizar riesgos ni a las que por ahora han decidido quedarse.

La hoja de ruta es un callejón sin salida; la viabilidad económica de la susupuesta república resulta imposible, especialmente tras el abandono de las grandes empresas; la fortaleza del bloque independentista empieza a presentar fisuras, sino grietas, y la fractura dentro de la sociedad catalana y con el resto de España es cada vez mayor. ¿Realmente valió la pena todo lo que se ha roto por esos 48 segundos de gloria?

Es hora ya de que el Gobierno de la Generalitat baje del helicóptero al que lo subió Artur Mas y haga lo que nunca debió dejar de hacer: ocuparse de los problemas que ahogan día a día a todos los catalanes, que es para lo que fueron elegidos.