Desazón: Núria Marín e Isabel Coixet

Uxio Labarta
Uxío Labarta CODEX FLORIAE

OPINIÓN

05 oct 2017 . Actualizado a las 07:40 h.

Después del nítido discurso del Rey sobre el quebranto de la legalidad por los soberanistas en el Parlamento catalán los días 6 y 7 de septiembre, después de soportar la gestión incapaz del 1 de octubre por el Gobierno de Rajoy y su utilización por el independentismo, solo se oyen palabras de desesperanza. 

Quienes tenemos en Cataluña parte de nuestra vida no éramos ajenos a que lo sucedido era posible. Si en Cataluña, en torno a las propuestas de independencia, hay una profunda división tan contada y recontada de viejo, el 1 de octubre se instaló la desolación y el asombro. Y en ello estamos.

A tal división en la sociedad catalana se ha añadido el desasosiego y el dolor en la sociedad española. Porque mucho de lo que era un problema político se ha convertido en un problema de emociones, donde se buscan en vano consuelos al dolor.

En esa búsqueda uno acude a la actitud de una alcaldesa, Núria Marín, que se negó a someterse a la ilegalidad del referendo, a pesar del «mírame a los ojos» de Puigdemont, y también salió a detener una carga policial: «No podía permitir que la policía actuara indiscriminadamente». O uno lee con dolor a Isabel Coixet que se encuentra «en un lugar silencioso en el que están muchos y en el que no suenan himnos ni gritos ni proclamas, en donde el aire solo mueve banderas blancas que susurran socorro…». Con sus miedos. Con su realidad.

Coincido con quienes sostienen que no se intentó el diálogo cuando era posible. Y que conocedores de los desafectos mutuos y crecientes en Cataluña y entre Cataluña y España, no se hizo nada. Y así hoy, 4 de octubre, después de la intervención del Rey pidiendo la restitución de la Constitución y el Estatut de Cataluña, continúo preocupado. Porque no encuentro en los partidos políticos el trabajo por un proyecto que nos permita confiar en el futuro. Y tanta dejadez frente a tanto empecinamiento independentista y crispación social me temo que pueda conducirnos a un lugar donde hablar se nos habrá vuelto casi imposible.

No comparto las políticas populares con Cataluña, ni su gestión del 1 de octubre. Ni desde luego la sequía de propuestas más allá de mantener la legalidad debida. Tampoco entiendo las del PSOE ni que priorice en este momento la reprobación de la vicepresidenta, ni comparto la abrupta declaración de Alfonso Guerra sobre el problema catalán. Ni comprendo que la propuesta de Podemos pase por proponer al PSOE una moción de censura para unas nuevas elecciones, o aquellas de Ciudadanos por mantener el statu quo y promover elecciones catalanas. Por más que poco de esto será inmutable, todo indica que hay problemas para poner de acuerdo a quienes sostienen el mantenimiento de la unidad de España.

Y es esa falta de aproximaciones entre ellos la que sostiene la desazón, por más que todavía me atreva a seguir creyendo «que nuestro mal gobierno es un vulgar negocio de los hombres y no una metafísica», y que el diálogo y la mediación pueden ser posibles. Quizás después del Rey, algo se mueva.