Cómo gobernar el ya inevitable desastre

OPINIÓN

YVES HERMAN | reuters

30 sep 2017 . Actualizado a las 08:55 h.

Haciendo de profeta, les voy a adelantar, en dos tiempos, el balance de mañana: 1) la Generalitat no conseguirá hacer su referendo; y 2) el Gobierno de Madrid no conseguirá evitar el referendo. ¿Qué significa esto? Que los dos centros directores de esta bufonada empatarán a cero, y que, cuando se empata un importante partido, el que jugaba en casa -el Gobierno de España- pierde.

Claro que, si olvidamos el resultado y juzgamos el espectáculo, hay que reconocer que la Generalitat va ganando 10-0. Porque su ilegalidad, su marrullería, su transferencia del conflicto a las masas, su perversión de la información y el lenguaje y su deslealtad institucional fueron programadas para que el lunes pudiésemos estar donde de hecho vamos a estar. Cambiaron la idea de gobernar por la de montar una algarada revolucionaria en la que el juego institucional quedase anulado. Y sería de idiotas no reconocer que, al menos en ese sentido, les ha salido de cine. El Gobierno, por el contrario, aunque coincidió con la Generalitat en no gobernar, apostó por un orden formal y legalista, por reaccionar ante la chulería de la Generalitat metiendo la política debajo del ala, y por dejar el destino de España en manos de una armada invencible de jueces, fiscales y agentes del orden enviados a luchar -¡en buques!- «contra los temporales».

El resultado es que, mientras la Generalitat dirigía el desorden desde la más total impunidad, el timorato Consejo de Ministros nos dejó huérfanos a todos, en perfecto orden y en la más absoluta impotencia. Y por eso, cuando llegue el lunes, solo tendremos estas huestes para arreglar el desafuero: un Gobierno acongojado que no se atrevió a activar el artículo 155; una Monarquía que no tocó balón en el único trance que justificaba su existencia; una jueza voluntariosa que corre despendolada por un callejón sin salida; un poder judicial que se envalentona con los coitados y se arruga con los poderosos; un ministro de Economía que quiere comprar, con dinero de los más desfavorecidos y más leales, el encaje efímero de los más desleales; una opinión pública que cree que estamos abocados a un diálogo entre un Estado acomplejado y una autonomía ensoberbecida, para darle a Cataluña la pólvora que le faltó para volar el país; una soberanía fragmentada y manipulada por partidos que están dispuestos a entregar la historia de España a cambio del sillón de Rajoy; quince autonomías que van hacia la nueva financiación «como ovejas al matadero» -Isaías dixit- sin emitir un balido; y unos votantes indignados que siguen creyendo en la regeneración por el caos.

Magro bagaje para una España que el lunes necesitará ser gobernada por alguien, de cualquier manera y con cualquier fin. Todo vale, creo yo, menos este vacío de poder en el que cuarenta millones de ciudadanos -leales y legales- hemos sido abandonados.