Al margen de don Jorgito

César Alvajar 19 DE AGOSTO DE 1934

OPINIÓN

03 sep 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Fue en julio de 1837, si no yerran los cómputos cronológicos, cuando don Jorgito, el famoso difusor de la Biblia en nuestra Península, visitó La Coruña. No se detuvo tanto aquí Jorge Borrow como en otras ciudades españolas ni dedicó a la nuestra, en total, más de ocho o diez páginas en su curioso libro. ¿Podemos formarnos con su lectura una visión de La Coruña de hace un siglo quienes, sin tiempo ni afición para las investigaciones eruditas, preferimos al dato seco y a la noticia escueta el relato vivo y animado de un viajero inteligente?...

Hay que contestar que una visión completa de lo que era entonces La Coruña no cabe obtenerla de esas páginas; pero se nos ofrecen en ellas observaciones -erradas algunas, como veremos- y referencias que nos permiten recomponer algo de la fisonomía coruñesa.

Después de un cumplido elogio del paisaje que se le ofrece en la ruta desde Betanzos a La Coruña -árboles sombrosos, pródigos viñedos, verdes maizales- narra don Jorgito su entrada en La Coruña, y nos dice que lo primero que columbra son tres o cuatro navíos de la flota inglesa anclados en su bahía.

«Reinaba en La Coruña gran animación y bullicio con motivo de la llegada de la escuadra inglesa». Así lo anota Borrow. Y ya tenemos aquí que hace un siglo, la hospitalidad y el espíritu acogedor de La Coruña, su carácter alegre y dado a la expansión con cualquier pretexto, eran los mismos de hoy. Gran animación y bullicio... Y eso que entonces se pensaba que aquellos extranjeros podían traer algún designio no grato sobre Galicia. No importaba. Aun sin Centro de Iniciativas ni Oficinas de Turismo, La Coruña sabía hacerles los honores y recibirlos sin recelo y gentilmente. Parece que esta condición hospitalaria es innata en nuestro pueblo.

Don Jorgito se aloja en una buena fonda de la calle Real, regida por un genovés casado con una vascongada. Buen matrimonio, con dos hijos y dilatada parentela colateral, y de esta calle donde está su alojamiento, nos dice Borrow después de señalarnos la división de la ciudad en vieja y nueva: «La ciudad moderna es mucho más agradable y contiene una calle suntuosa, la calle Real, residencia de los principales comerciantes. Un rasgo singular de esta calle es que toda ella está pavimentada con losas de mármol, por las que circulan caballerías y carros como si fuese un pavimento ordinario».

Fácilmente se descubre lo equivocado de la observación. Las amplias losas de piedra granítica blanca -las mismas que hoy pavimentan la calle Real, ahora del Capitán Galán, removidas varias veces por obras del subsuelo- estaban entonces tan pulidas y nítidas, que pudo creer el autor del libro que eran de mármol. Y nadie le sacó de su engaño, sin duda porque en aquellos tiempos de iniciación de nuestro urbanismo, los coruñeses se enorgullecían de aquella maravilla de pavimento. Como que más adelante escribe Borrow: «Es un dicho proverbial entre los coruñeses que en su ciudad hay una calle tan limpia que se puede comer en ella la puchera sin el más leve reparo». ¡Manes de la Comisión de Policía! ¿Podríamos hoy envanecernos de otro tanto?

«La Coruña fue en tiempos pasados -agrega- una plaza comercial importante; pero la mayor parte del tráfico se ha trasladado últimamente a Santander...». Mudanzas y alternativas de los tiempos. Hoy, en cambio, Santander se queja de un quebranto en lo que afecta a la evolución de su puerto, del que, afortunadamente, La Coruña, se resiente en grado muy inferior.

Pero no olvidemos, distraídos en lo episódico, el objeto principal del viaje de don Jorgito. Don Jorgito venía a vender biblias, lo cual tenía entonces sus dificultades y riesgos, que hasta en Madrid mismo obstaculizaron su propaganda. No era fácil en el país por razones que a cualquiera se le alcanzan. ¿Y cómo respondía La Coruña a esta propaganda?... Veámoslo: «Tenía yo en La Coruña un repuesto de quinientos Testamentos, con los que me proponía abastecer las principales ciudades gallegas. En seguida que llegué se publicaron los anuncios usuales y el libro se vendió regularmente -unos siete u ocho ejemplares diarios, por término medio».

Si tenemos en cuenta lo escaso de la población, que no excedería de veintitantos mil moradores, no es esta una venta parca. El espíritu curioso, liberal y tolerante de La Coruña se acusa bien en este dato que don Jorgito apunta y glosa en un párrafo lleno de confianza en la eficacia de su misión divulgadora.

Vemos, pues, a través de don Jorgito -cuya obligada visita a la tumba de John Moore silenciamos, en gracia a la brevedad-, que La Coruña de hace noventa y siete años era una ciudad alegre, expansiva, acogedora, cuidada y pulcra; un poco lastimada en sus intereses económicos, sin que ello le restase optimismo esperanzado, y finalmente, liberal y sin prejuicios. El germen y el diseño de lo que había de ser la ciudad de hoy.

Y si seguimos a don Jorgito en su viaje a otras ciudades gallegas y advertimos que persiste en ellas el mismo sentimiento localista exacerbado que, como entonces, con La Coruña se desahoga en imprecaciones de inocente inquina, veremos que nada, ni aun esto, ha variado y que La Coruña de hoy es, en todo y por todo la proyección -amplificada y acomodada a la época- de La Coruña que visitó don Jorgito va para un centenar de años.

Con las losas de la calle del Capitán Galán un poco más gastadas y que no parecen ya de mármol, pero las mismas que Borrow nos describe en su libro maravilloso.