Bolardos y macetas

Carlos Henrique Fernández Coto TRIBUNA

OPINIÓN

22 ago 2017 . Actualizado a las 13:07 h.

Los recientes ataques terroristas han traído a debate algo que no estaba en nuestras agendas: evitar el acceso de vehículos a concurridos espacios urbanos, en tiempos en los que se propone la peatonalización generalizada para que en plazas y calles tengan prevalencia las personas frente a los coches, en medio de interesantes debates sobre el futuro de las ciudades y cuando la filosofía urbanística en materia de movilidad circula en torno de la supresión de barreras. 

También se entromete esta discusión en lo que muchos autores y muchas ciudades entienden como ciudades inteligentes o smart cities, donde las nuevas tecnologías facilitarían los movimientos a los ciudadanos, una idea que todavía está muy verde y muy discutida porque muchos pensamos que es preferible crear ciudades para personas inteligentes

La posibilidad -ya real- de que cualquier loco se cebe con la felicidad de las gentes, impidiendo el avance hacia paisajes urbanos contemporáneos, se ve nublada por ideas y soluciones derivadas de decisiones en caliente por parte del político de turno, con asesoramiento de técnicos que no saben de planificación: amurallar nuestras ciudades con bolardos y maceteros horrendos, una solución trivial, fácil, ingenua.

Una solución absurda, porque los bolardos no detienen las ideas, tampoco impiden el paso de las motos, de las balas o de los hombres-bomba, pero sin embargo impiden el paso de los bomberos y las ambulancias, y sobre todo diseñan una imagen ciudadana prebélica.

Imagino paisajes atroces y generalistas, que no salen de la reflexión, del análisis experto de cada uno de los escenarios, que seguramente requerirán una solución individualizada, acorde con el entorno. Ya podemos ver pescadores en ríos revueltos que ofrecen en la red «bolardos antiterrorismo» que funcionan de modo inteligente en caso de un ataque.

Espero que ningún alcalde gallego se lance a comprar bolardos y maceteros por docenas para su municipio, porque lo más probable es que ninguno de los que lean esta reflexión esté alguna vez en un lugar de riesgo, y ese es mi deseo.

Relajémonos y diseñemos la ciudad de nuestros hijos, una ciudad agradable, sin descuidar la seguridad, pero con inteligencia, con la reflexión que merece, con el asesoramiento de expertos en planificación urbana y diseño de espacios públicos, en frío y con un plan estratégico previo.