Cuando anteayer supe del atentado terrorista en Barcelona, empecé a escribir mentalmente este artículo, pero ayer aparecía publicado ya, y mucho mejor escrito, por Xosé Luís Barreiro Rivas. Sentí la tentación de copiar y pegar por si alguien no lo había leído, pero no cabe en este espacio. Destaco, por tanto, solo unas líneas: «Lo que sucedió ayer en Barcelona (…) distingue lo que es importante de lo que no lo es, lo que hiere y duele de lo que dispersa y entretiene, y lo que más atendemos, que suele ser lo banal, de lo que más descuidamos, que es lo trascendente. Por eso es aconsejable suspender todas las agendas banales, para dedicar el tiempo necesario a meditar sobre la extraña manía que tenemos los países más ricos y avanzados de trabajar las filigranas de yeso y purpurina que adornan nuestros países, mientras abandonamos los cimientos de la civilización, la libertad, la riqueza y la paz a la labor callada e incansable de millones de termitas».
Para entender algo y escarmentar, recomiendo también el libro de Gilles Kepel El terror entre nosotros (Península).
Porque esta semana nos hemos embobado discutiendo sobre si Madrid es una nación o Antonio Machado, franquista. Y hemos dado pábulo a la bronca que montaron en Charlotte unos grupos minúsculos que solo mediante esa algarabía exagerada consiguen hacerse ver, porque en condiciones normales la inmensa mayoría de la gente ni les mira. Sin embargo, ahora, todo el mundo sabe de ellos y habrán conseguido en una semana un número de simpatizantes que ni habrían soñado si fuéramos más cuerdos. Política-espectáculo, periodismo-espectáculo. Bobos. Y por debajo, las termitas roe que roe hasta que se hunda el suelo.