La crisis del Estado después de Barcelona

OPINIÓN

PASCAL GUYOT | AFP

19 ago 2017 . Actualizado a las 10:17 h.

El atentado de las Ramblas parece idéntico a otras matanzas perpetradas en Europa. Pero, visto con ojos de politólogo, y con intención de sacar enseñanzas que trasciendan los tópicos, lo de Barcelona presenta una característica que, sin ser del todo nueva, pone de manifiesto, por la contundencia de sus cifras, el vuelco que se ha producido en el mundo y su política, y lo equivocado que puede ser gobernar el futuro sobre conceptos periclitados. 

Me refiero a que un atentado tan elemental como este, que apenas necesita preparación ni recursos, produce víctimas -en solo tres minutos- de treinta y cuatro nacionalidades. Y eso significa que, desde que el Estado se presentó en la historia como una organización de poder autosuficiente y soberana, hasta que una simple yincana de furgoneta obliga a arriar a media asta treinta y cuatro banderas, hay palabras como nación, Estado, soberanía y patria que solo son sombra de lo que fueron, que su uso está relegado a arengas y nostalgias de contenido mediático, y que el bienestar de los ciudadanos -que incluye su progreso y su seguridad- ya no depende de reducciones y autoafirmaciones más o menos voluntaristas al Estado soberano, sino de que el mundo sea globalmente gobernado, y de que no se abran nuevas rendijas por donde entren en tromba los enemigos de la modernidad.

El marchamo de necesidad que tenía el Estado del siglo XV ya era una respuesta a un problema comparable al que tenemos hoy: la grave fragmentación del poder feudal, que se mostraba incapaz de gestionar los retos de progreso y cambio que traía el Renacimiento. Y así se explica que el concepto clave de aquel momento fuese el de Estado, como forma de organizar y ejercer el monopolio de poder que iba a suceder a los poderes privativos del feudalismo, mientras que términos como pueblo y nación quedaron relegados a la gestión y motivación, tantas veces dramática, de los movimientos de masas. Seis siglos después lo que hace crisis es la idea de Estado, que, salvo en los dudosos casos de Rusia, Estados Unidos y China, cuya magnitud los hace todavía operativos, están obligados a superarse en organizaciones multinacionales (la Unión Europea), clubes de intereses (el G-20), y acuerdos comerciales, militares y jurídicos de alcance variable, que permiten a los Estados seguir fardando de una suficiencia de la que en realidad carecen.

Una yincana de furgoneta arría de golpe treinta y cuatro banderas. Un Estado fantasma, el autoproclamado Estado Islámico, declara y sostiene una guerra mundial -muy sucia, pero muy mundial- contra las primeras potencias del globo. Y la sola idea de cerrar fronteras e ir por libre pone al mundo avanzado al borde del colapso. Porque todo ha cambiado. Aunque nunca faltará quien diga que el mundo alcanzó su perfección en el siglo XIII, y que, volviendo atrás, hacia el viejo Estado, se puede llegar al futuro, navegando al revés. ¡Allá ellos! Y ¡aquí nosotros!

Desde que el Estado se presentó en la historia como una organización de poder autosuficiente y soberana, hasta que una simple yincana de furgoneta obliga a arriar a media asta 34 banderas, hay palabras como nación, Estado, soberanía y patria que solo son sombra de lo que fueron