El mundo no empezó con Trump

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

11 ago 2017 . Actualizado a las 08:13 h.

Sostengo la teoría de que, poco a poco, el mundo empieza a perder el juicio. Entre otras razones, porque el discurso de lo políticamente correcto, asociado a unas altas dosis de indigencia intelectual, grandes proporciones de demagogia y toneladas de arrogancia, hacen que las teorías más científicamente estúpidas, intelectualmente abstrusas y psicológicamente paranoicas prevalezcan sobre las ideas más razonables. Ocurre, por ejemplo, que un ejército de frikis que hace dos días no eran capaces de hilar una opinión sobre política o geoestrategia, se sienten de pronto capacitados para pontificar sobre lo que sucede en lugares del mundo que les resultaría imposible ubicar en un mapamundi sin fronteras definidas. Ha bastado que aparezca un botarate verborrágico como Donald Trump para que una buena parte del planeta considere que lo que ocurre en un mundo siempre complejo sea de pronto fácilmente explicable. El truco consiste en aplicar el siguiente axioma: hay que estar en contra de todo lo que proponga o sostenga Trump, y a favor de todo aquello que cuestione. Con esa simple regla es imposible, al parecer, quedar en ridículo en cualquier comida familiar, evento social o reunión de trabajo.

Con ese tipo de pensamiento paupérrimo cada vez más extendido es posible, por ejemplo, que se verbalicen sandeces como las que yo he podido escuchar repetidamente este verano, incluso en boca de personas supuestamente formadas, y que, grosso modo, dicen así: «La culpa de lo que ocurre con Corea del Norte es de Donald Trump por provocar a Kim Jong-un. ¿Por qué tiene que meterse en lo que haga un país que no representaba un peligro real para nadie?». Aunque a algunos les parezca ridículo, así piensa y se expresa una buena parte de la población, seducida por un discurso populista sin el más mínimo sentido del ridículo. Incluso hay opinadores y politólogos serios que reducen el problema a una pelea de gallos, como si Corea del Norte y Estados Unidos, y sus respectivos presidentes, fueran equiparables. Da igual que Corea del Norte sea una dictadura hereditaria, sanguinaria y atroz gobernada por un tirano grotesco. Da igual que más de 20 millones de coreanos lleven más de 70 años sometidos a una hambruna cruel solo comparable a la de los campos de concentración nazis. Da igual que Kim Jong-un viole todos los acuerdos de la ONU sobre energía nuclear; que lleve amenazando con una hecatombe atómica desde mucho antes de que Trump fuera presidente, que sus bravuconadas se exacerbaran en época de Obama sin que este hiciera nada, o que, con su chifladura, haya perdido ya hasta el favor de China, único interesado aliado con el que contaba. La culpa, nos dicen, es de Trump, y lo último que se debe hacer es amenazar o advertir a Kim Jong-un, porque hay que razonar con él y llegar a un acuerdo pacífico. El último que dijo algo parecido fue Neville Chamberlain, con las consecuencias ya conocidas. Trump es un bocazas. Pero ni los problemas del mundo nacieron con él, ni se van a solucionar por hacer lo contrario a lo que él diga.