Nadie mata mejor

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa CON LETRA DEL NUEVE

OPINIÓN

22 jul 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Vivimos en un país muy raro. Esta semana se nos han muerto un banquero y un director de películas de zombis y le hemos dado mucha más importancia a la muerte del financiero que a la del cineasta.

A George Andrew Romero lo queremos todos los frikis del universo porque dirigió, en 1968, La noche de los muertos vivientes, que viene a ser el filme fundacional del cine zombi y, ya puestos, de las películas que a partir de ese momento lo enseñaron todo: las vísceras, el canibalismo y la sangre manando a borbotones. Sin Romero no habríamos llegado a la matanza de Texas, ni a la de los garrulos lisérgicos, ni siquiera al Thriller de Michael Jackson, y el mundo sería un lugar mucho más triste y aburrido.

Los frikis gallegos queremos aún más a George A. porque, aunque nació en el Bronx, era de los Romero de Neda de toda la vida y, como recordaba aquí el sabio Fernando Salgado, fueron sus tías Pura y Nena las que le prestaron los 114.000 dólares que costó La noche de los muertos vivientes.

La muerte de Blesa vino a confirmar que la economía es una cosa shakespeariana, llena de traiciones, puñales de plata, efímeros lamebotas y móviles que un día dejan de sonar. También La noche de los muertos vivientes se pone algo shakespeariana en sus minutos finales, cuando el superviviente Ben, que ha logrado resistir toda la noche el ataque de los zombis, se asoma a la ventana de la casa en la que se ha atrincherado al escuchar cómo se acercan el sheriff y su patrulla. Uno de los voluntarios, confundiéndolo con un muerto andante, le pega un tiro. Fin de la película.

Lo sabían Shakespeare y Romero, que nos lo enseñaron en sus obras, y Blesa, que eligió la extinción física tras asumir con un último estupor su muerte civil: nadie mata mejor que los nuestros.