Lamentable imagen para la Guardia Civil

OPINIÓN

Andreu Dalmau | EFE

22 jul 2017 . Actualizado a las 10:19 h.

Creo y escribo que la Generalitat ya debería estar intervenida. Porque el artículo 155 de la Constitución no está hecho para evitar que España se rompa en pedazos y se hunda como la Atlántida, sino para evitarnos tres desórdenes de pésimo pronóstico: contemplar impotentes cómo un separatismo institucionalizado y gobernado por charlatanes se toma a chirigota las leyes del Estado; ver cómo la presunta solidez jurídica del Estado queda depositada en simples funcionarios a los que se les exige tomar decisiones de resistencia que el propio Estado soslaya; y meter a los ciudadanos en un limbo tragicómico, entre dos instituciones en permanente regueifa, sin que nadie sepa cómo puede defender sus intereses dentro del bien común.

 Para evitar este calvario no hay camino más limpio y seguro que el artículo 155. Y por eso afirmo que, si su aplicación exige intervenir los Mossos d’Esquadra, o emplear las Fuerzas de Seguridad del Estado, hay que hacerlo con diligencia y responsabilidad. Y precisamente por eso, porque creo en la ley y el Estado, me resulta insoportable que cuando la Guardia Civil tiene que entrar al Parlament y Palau de Sant Jaume, en funciones de policía judicial, los mismos que temen ofender a los independentistas con un espectáculo de intervención legal, me den a mí, en mi casa del Finisterre, el bochornoso espectáculo de una patrulla de la Guardia Civil que entra en las instituciones disfrazada de asaltadores de trenes del Far West.

En las instituciones del Estado nunca se puede entrar así. Y menos aún si se sabe que esa entrada va a ser interpretada en términos simbólicos y en un contexto de infantil pleiteo entre dos instituciones del Estado. Por eso, si yo fuese Turull, o la presidenta del Parlament -¡Dios me proteja!-, les impediría la entrada. Pero no para ir contra el Estado, sino para dejar claro que no se puede entrar en las instituciones disfrazados de bandoleros, sin guardar los protocolos elementales, y sin tener el mínimo pundonor y respeto por la autoridad que eran y representaban.

De esto tienen culpa tres instancias: el juez que los mandó allí, que debía darles instrucciones elementales sobre cómo lo debían hacer; los mandos de la unidad, que, si los visten de bonito para ir a las procesiones también deberían hacerlo para ir al Parlament y Sant Jaume; y un tal Zoido, ministro del ramo, a quien le compete prever y resolver finamente estas incidencias, y a quien le corresponde dimitir por un delito de leso y pésimo gusto contra las instituciones del Estado y sus ciudadanos. Porque este no es un caso anecdótico. Es la evidencia de que andamos acojonados. De que la moda podemita arrasa en las instituciones. Y de que a los ciudadanos nos es cada vez más difícil distinguir entre los asaltadores de bancos y el respetadísimo y sacrificado cuerpo de la Guardia Civil.