La transición y los revolucionarios de papel

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

Chema Moya

30 jun 2017 . Actualizado a las 08:04 h.

El miércoles conmemoró el Congreso las primeras elecciones celebradas en España tras la larga noche del franquismo. Poco antes Unidos Podemos organizó en la Cámara un supuesto homenaje antifranquista cuyo objetivo no era otro que denigrar la transición que hizo posible construir la democracia más estable, duradera y de más calidad de nuestra historia.

 Allí, con el apoyo del inefable Odón Elorza en nombre de un PSOE definitivamente a la deriva, se dijeron algunas tonterías que carecerían de importancia de no ser porque encierran una rotunda falsedad sobre aquella transición que nos devolvió la libertad aunque muchos se empeñen ahora en injuriarla para obtener de su descarada manipulación réditos políticos.

Elorza justificó su presencia «por no dejar solos a los que lucharon por la libertad», es decir, a los conocidos antifranquistas Domènech, Iglesias, Gómez Reino y Garzón, que debieron serlo enarbolando un biberón pues nacieron en 1974, 1978, 1980 y 1985. Elorza, quien sí tiene edad para saberlo, olvidó (según es conocido, para según qué cosas, es muy olvidadizo) que fue en las Cortes elegidas el 15 de junio donde estuvieron los diputados cuyo compromiso antifranquista se forjó en duros años de cárcel y de exilio: basta recordar a Camacho, Simón Sánchez Montero, Carrillo, Solé Tura, Alberti, Dolores Ibárruri, López Raimundo, Francisco Bustelo, Tierno Galván, Nicolás Redondo o Enrique Múgica.

Garzón proclamó que había que «cuestionar la transición como se hizo», olvidando que el partido que él ha regalado a Podemos, el PCE, fue el primero en apostar por la reconciliación nacional (¡en 1956!) y clave para el éxito de la ruptura pactada que nos devolvió la democracia. Domènech, en plan estupendo, contó que «a veces son mejores las revoluciones que las transiciones»: en efecto, a veces sí y a veces no. Por ejemplo, la nuestra, admirada en todo el mundo, fue mucho mejor que la Revolución rusa, tras la que se instauró la terrible dictadura bolchevique y, sin ir tan lejos, que la Revolución de los Claveles que, más allá de la épica, alumbró un régimen sometido varios años a la tutela del Ejército. Gómez Reino puso la traca final al espectáculo y afirmó, sin ponerse colorado, que «Unidos Podemos está con aquellos que de forma revolucionaria construyeron la democracia».

De tantas falsas falsedades esa es, sin duda, la mayor. Porque la democracia no la construyeron unos revolucionarios de papel, sino los partidos democráticos que con el apoyo decisivo de los medios de comunicación dirigieron a millones de hombres y mujeres hacia la sensatez, sabiduría y humildad de un gran pacto nacional -la Constitución- que abrió las puertas a la mejor España que jamás hemos tenido. La misma sensatez, sabiduría y humildad que brilla por su ausencia entre quienes aspiran ahora a echar por tierra esa trabajosa construcción sin ofrecer a cambio nada más que caos y revanchismo.