Nuestra autopista, nuestro tren

Uxio Labarta
Uxío Labarta CODEX FLORIAE

OPINIÓN

18 may 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Escribí: «La autopista del Atlántico está entre los pecados capitales de la modernidad gallega. No solo por retrasar su finalización en veinte años, sino porque la inteligencia del país, la marea inmensa de afectados y la mayoría silenciosa fuimos ingenuos por demás».

Así nos olvidamos de los costes de peajes, de las deficiencias estructurales -arcenes, firmes, número de carriles, enlaces- y desde luego de los costes de su explotación y mantenimiento. Y por supuesto de la posibilidad de una entente público-privada para que su concesión interminablemente renovada y en condiciones siempre favorables a los adjudicatarios, pudiera limitar en cuantía y tiempo lo gravoso para los usuarios.

Y no solo no hemos sido previsores, sino que nuestras instituciones, Gobierno y Parlamento gallegos, dejaron hacer a los titulares de la autopista -Gobierno central- y a la concesionaria perenne con obvio olvido de los intereses gallegos, afanándose en cargar cualquier mejora en peajes o reforma sobre los rehenes-usuarios. Reportajes y análisis de Carlos Punzón en este periódico dieron a conocer las condiciones autorizadas por los ministerios de Fomento socialista y popular, con el silencio del Gobierno y los grupos parlamentarios gallegos.

Luego una virada a estribor: el gran pacto gallego es la reivindicación, ya fracasada una vez, de la titularidad de nuestra autopista de peaje. Tarde piamos.

Agravados los efectos de tal gestión de la autopista central porque en temas de infraestructuras parece que los gallegos no hubiéramos pasado del catecumenado. Como evidencia el otro gran culebrón de nuestra movilidad, el ferrocarril. Hoy llamado AVE y, si fuéramos certeros de velocidad mejorada. Un AVE merecedor de otros intelectuales y activistas civiles de quienes, ante el tren como progreso, dio cuenta hace tres años Díaz-Fierros en un artículo de Grial. Entre ellos, Curros Enríquez, «por onde ela pasa fecunda os terreos, espértanse os homes, frolecen os eidos».

En cualquier caso, no cuenten los años porque se deprimirán, hoy los gallegos del Atlántico tenemos una muy mejorada y muy costosa movilidad. La mejor de estos cuarenta años.

Pero uno se malicia que el tren atlántico, por interesados intereses, tiene algunas cuestiones centrales por resolver. Como las frecuencias entre Vigo y A Coruña, los 150 kilómetros de oro de nuestra movilidad, o aquellas entre Vilagarcía y Vigo, o la extensión a Portugal, alejadas de un buen servicio por la escasez e irracionalidad horaria para jornadas laborales, o la propia inexistencia. Mejoras que, beneficiando al viajero, quizá limitaran ganancias en la privilegiada concesionaria de la autopista atlántica -¿será eso?-, pero le permitirían a Renfe y Fomento publicitar su asombro -asombrose un portugués de que en Francia los niños supieran hablar francés- por el gran número de gallegos que se decidieron a utilizar el tren. Cuando lo tuvieron a su alcance.