Intrahistoria de una fotografía

Á. M. Castiñeira REDACCIÓN / LA VOZ

OPINIÓN

Mamed Casanova, «Toribio», postrado en una cama en la enfermería de la cárcel de Ortigueira
Mamed Casanova, «Toribio», postrado en una cama en la enfermería de la cárcel de Ortigueira LVG

El rostro en primera de Toribio, el bandolero gallegeo más famoso de España , causó sensación

17 feb 2017 . Actualizado a las 11:03 h.

1902. 19 de diciembre

Toribio tenía el atractivo del lado oscuro y un nombre que le haría justicia al protagonista de una novela: Mamed Casanova. Quizás por eso, las andanzas del bandolero de Mañón, entonces el más famoso de España -y también uno de los últimos-, recibieron la atención de Valle Inclán, Camba, la Pardo Bazán y periódicos de medio país.

El objetivo de su partida eran las casas adineradas, incluidas las de los curas. Así que el pueblo le dedicaba coplas mientras la Guardia Civil batía el norte de A Coruña y Lugo para darle caza. Cayó en la rectoral de O Freixo (As Pontes). Entre las muchas versiones que hubo sobre el apresamiento, caló la de la traición del párroco, que lo habría cambiado por una recompensa de 1.500 pesetas.

La noticia fue una bomba. «Hay que consignar que la impresión que produjo tuvo mucho de sorpresa y algo de penosa para no poca gente, a la que resultaba hasta simpática la figura del bandolero, por sus rasgos de valor y sus atrocidades, convertidas por la fantasía popular en actos heroicos», reconocía La Voz el 15 de diciembre, al conocerse la detención.

El final estaba escrito desde semanas antes en una sentencia. Juzgado en rebeldía, había sido condenado a garrote vil. Solo faltaba ponerle cara. Y lo consiguió el corresponsal de La Voz en Ortigueira, adonde el bandido había sido llevado.

En un momento en el que las fotografías, por cuestiones técnicas y de falta de tiempo, eran una rareza en los diarios -semanarios y publicaciones mensuales, de elaboración más pausada, solían adaptarse mejor a las exigencias del fotograbado-, el retrato a tres columnas de Toribio, postrado en una cama en la enfermería de la cárcel, causó sensación. «Es el primero que se obtiene de Mamed», celebraba el periodista. Tomas de la misma serie saltarían después a los medios nacionales.

«No sin dificultades he podido obtener el retrato», explicaba el reportero en el texto que acompañaba la imagen. El bandolero «comenzó negándose rotundamente». «No me conviene... ¡No me conviene!», decía. Argumentaba que «de haber retratos suyos difundidos 'por el mundo' sería más fácil su captura, cuando llegue a fugarse... si puede conseguirlo».

Ante la cámara

«Además, señor, ¿qué puede importarle a nadie el retrato de un desgraciado?», insistía el preso. Pero el corresponsal se resistía a darse por vencido: «Díjele, ya cansado, como postrer argumento, que como ahora se había dejado crecer la barba podía afeitársela y cambiar de fisonomía cuando le pareciese oportuno. Esto pareció decidirlo. Me autorizó para enfocarlo, y, como es natural, me apresuré a hacerlo [...]. Cuando iba a abrir el obturador, Toribio me hizo seña para que me detuviese. Entonces él, con cierta coquetería, procuró atusarse pretenciosamente el pelo y la barba y adoptó en el lecho una postura adecuada [...]. Por fin obtuve el cliché, ¡y ahí va el retrato, tantas veces apetecido!».

«Una mancha que en el párpado del ojo derecho se advierte da buena muestra del porrazo tremendo que le dieron en el Freijo la noche de la captura. Parece ser debido a un culatazo. Toribio sigue bien. Su mejoría es visible». Así se cerraba el making off de la foto más buscada.

La leyenda de Mamed Casanova fue muriendo tras su encarcelamiento. Pero él sobrevivió. La pena capital fue revocada y pasó por varias prisiones antes de recobrar la libertad. Entre finales de los años veinte y principios de los treinta muchos decían haberlo visto por A Coruña o por su comarca natal pidiendo limosna. Tratando de pasar desapercibido.