En la piel del huérfano

Manuel Blanco Desar
Manuel Blanco Desar EL SÍNDROME G

OPINIÓN

26 nov 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando te quedas huérfano, adiós niñez. Lo aprendí a los 10 años. Mi hermana a los 4. Mi primera Navidad como huérfano tuve que ir a comprar los juguetes de Reyes de mi hermana a los antiguos Almacenes El Pilar de Santiago. Como era 5 de enero y era el único niño, en la cola de la caja me atendieron al cierre. Todo el mundo se colaba y nadie me hacía caso. Por aquel entonces la pensión nos la traía un cartero a casa. No recuerdo cuánto era, pero mi abuela decía que al menos daba para el pan y la leche. Esa era la pensión de orfandad devengada por un ebanista. Menos mal que la verdadera Seguridad Social del huérfano era la familia, que si no…

Digo esto por el drama que se avecina con la reforma de las pensiones. Desde la década de los sesenta las cotizaciones incluyen el cargo de viudedad y orfandad, pero ya se está preparando el ambiente para que, cotizando lo mismo, estas se dejen de financiar por la caja única de la Seguridad Social. Es como si vas a comprar todos los días 100 gramos de mortadela para la merienda y el tendero te cobra lo mismo pero solo te pone 80, para luego decirte que ahí va otra loncha por caridad. Tú te llevarás 100, pero 20 parecen depender de la benevolencia del tendero. Pues no, mire, las cuentas claras. La técnica del loncheado para cuadrar las cuentas de la Seguridad Social no vale. No vale porque lo que era un derecho sólido se convierte en derecho fofo, en una limosna. Y esto es un drama para huérfanos y viudas, porque no se ha de tardar mucho en considerar sus pensiones como de beneficencia.

En un país como España, donde lo magro de estas pensiones explica que las viudas tengan que trabajar fregando escaleras para complementar los 194,30 euros que suele cobrar un huérfano, esta reforma puede ser la puntilla a la familia, precisamente en un tiempo en que la familia -¡ese horror heteropatriarcal!- está cercada y acosada por todas partes. Piensen en una trabajadora que cobra 900 euros al mes y se queda viuda con dos hijos. Por la senda que se quiere abrir pronto veremos cómo en aras a la modernidad de tramoya que algunos alaban se le dará a optar entre trabajar o cobrar la viudedad, más las míseras orfandades de sus hijos. No se hará la cuenta de que al morir el padre de esa familia, esta perderá más ingresos y asumirá más riesgos, incrementando las cargas de la mujer. Pues no haberse casado ni tenido hijos, antigua, dirán los del heteropatriarcado. Que digan, y que perezca nuestro mundo, pero quienes defiendan a la familia como verdadera Seguridad Social fraterna deben pensar en las consecuencias de trocar un derecho por una caridad en tiempos de incertidumbre. Si hay que financiar las pensiones con impuestos seamos valientes y financiémoslas todas para preservar la igualdad jurídica básica entre perceptores. De ese modo combatiremos el fraude fiscal al asociar lo pagado por cada uno con su pensión y dejaremos de penalizar el trabajo con cotizaciones elevadísimas, principal causa del desmesurado paro perpetuo que nos asuela desde 1980.