Iglesias y el minuto de silencio en el Congreso

OPINIÓN

24 nov 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

In illo tempore el periodista José María García popularizó la chanza «Pablo, Pablito, Pablete» para empezar a hablar de los asuntos del que en aquel entonces era presidente de la Real Federación Española de Fútbol, Pablo Porta Bussoms.

Hoy podría heredar la frase Pablo Manuel Iglesias Turrión, un político que decreta la ausencia de Podemos en el minuto de silencio por la muerte súbita de la senadora Rita Barberá, un coco que mete miedo y habla en público como si escribiese en Twitter. Iglesias carga una cruz cada vez más pesada por actuar como actúa y por haber dicho que no, ¡a Dios gracias!, a la oferta de gobierno del muerto viviente Pedro Sánchez, forzando con su negativa unas segundas elecciones consecutivas en las que, en lugar de pasar al PSOE, perdió un millón doscientos mil votos de jóvenes que, en ironía de Mariano Rajoy, se volvieron viejos en seis meses y votaron al PP.

Ahora rumia su fiasco tras fracasar de nuevo en llevarnos a terceros comicios y no sabe si seguir con su escaño para insultar a diestra y siniestra, y mentir con ínfulas legitimistas porque a él le vota «la gente» y a los demás, incluida la monarquía en la Constitución, lo deben hacer las meigas, o dejarlo todo y volver a su anterior oficio de activista, esa ocupación que su hedonismo le hizo abandonar para convertirse en diputado a tiempo parcial pero de nómina completa y pensión máxima porque lleva dos legislaturas en el asiento, aunque la primera, la undécima, durase 111 días. Menos mal que sirvieron para que la Cámara baja conmemorase el aniversario de la muerte de Miguel de Cervantes, colocando unos quevedos a Daoiz y Velarde, los dos leones fundidos con el bronce de los cañones tomados al enemigo en la batalla de Wad-Ras que protegen simbólicamente la entrada del Congreso y que, a lo que se ve, no le dan canguelo.

Pablo Iglesias es ese «ciudadano rabioso» que bautizó el periodista alemán Dirk Kurbjuweit y que, según Jochen Bittner, es un fenómeno de dos caras: una positiva y otra negativa. La de nuestro provocador debe de ser la segunda porque con la primera ya construimos nuestro Estado de bienestar, votamos la Constitución y defendemos los derechos fundamentales. La suya es la que abraza a Gabriel Rufián y pasa la mano por el lomo a Óskar Matute, diputado de Bildu.

Por mucho que el activista Iglesias Turrión incida en que la actual legislatura es «un epílogo […] de un bipartidismo que no ha de volver porque hay una España que no entiende que no se respete la identidad plurinacional», no nos distraerá del verdadero pensamiento que le atormenta: el camino que tiene por delante hasta convertirse en irrelevante, a pesar de contar en su UTE con un tropel de argentinos del peronismo kirchnerista de La Cámpora que después de destrozar su país por los siglos de los siglos han emigrado a España para intentar descoyuntarla. ¡Cachis!