Galegos e galegas

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

17 sep 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Sería conveniente que la Real Academia Galega recomendara enfáticamente, como ya lo está haciendo en el español su hermana mayor la Real Academia Española, el uso de especificaciones no sexistas que obvian la no discriminación entre género y sexo. Y aun así tuvimos que soportar fórmulas tan obsoletas y primarias como las que usaron un par de candidatos, de manera insistentemente reiterada al referirse, los representantes del Bloque y de En marea a «galegos e galegas».

Fue un debate átono de cinco monologuistas, cuatro contra uno mejor dicho, y de los cuatro una representante de una franquicia de esa suerte de plataforma política que se llama Ciudadanos. Feijoo y Pontón salieron airosos del tedioso trance, medido y comedido, que transcurrió por la senda antigua de dormir a las ovejas y a la vez marear bandadas inmensas de perdices.

La foto fija de los intervinientes fue reveladora para quienes como yo desconocíamos la capacidad dialéctica y el énfasis en obviedades, soflamas, tópicos y puntos comunes de personajes inéditos como el señor Villares candidato de En Marea e invocador inmisericorde de «a xente» como grupo electoral identificado.

Decía Brecht que nadie debe de referirse a los grupos sociales como masa, pues constituye la misma falta de respeto que denominarlos xente, así como un colectivo espurio ignorando que xente somos todos, el común de las personas, el menor o más mayoritario de los grupos que conforman el electorado. Somos la gente, la sociedad civil, los ciudadanos sin distinción alguna.

Villares citó dieciocho veces a la xente al referirse al colectivo de individuos susceptibles de ejercer el voto, y no voy a profundizar en el concepto multinominado de «xustiza social» como argumento central del discurso mareante, acaso por el inmediato pasado judicial del magistrado Villares, que distingue así el concepto de justicia legal.

Los opositores, con los programas difíciles y numerosos de la élite opositora, sean notarías o judicaturas, requieren de preparadores para cantar los temas cuando son convocados los exámenes. Suelen ser tan duros como arduos, y convenía, por ejercitar un cierto fair play, que asimismo los candidatos a esa suerte de oposiciones políticas que son las elecciones tuvieran un preparador de mínimos que interpretara eficazmente los cuestionarios y los dejara desprovistos de insultos, gestualidad agresiva y propuestas utópicas.

Vi y escuché el debate, me decepcioné una vez más con las fórmulas antiguas, obsoletas de la vieja política, que la vieja política desgranó malgré lui muy por encima de la media de la nueva política que nace plagada de los tics, de los viejos modos y usos panfletarios, de las fórmulas caducas.

Fueron Feijoo, Pontón y acaso Leiceaga quienes siguieron sin levitar, con los pies en el suelo, e interpretaron la realidad en clave posible y no posibilista. Fue un cuatro contra uno bien resuelto, suficientemente bien resuelto, por quien parecía ocupar el papel de esparrin en un combate desigual e injusto. Salió airoso el presidente, pero el debate resultó tedioso y con un formato excesivo. La foto fija de los cinco tenía fijado el retrato reduciendo el debate a un solo bloque, así no escucharíamos tantas veces galegos e galegas, xente o xustiza social, que en esas voces se sintetizaba el programa del debú del mas inédito de los candidatos.