Libertad para decidir lo que cada uno debe o no debe creer

José Luis Fernández Díaz DEBATE

OPINIÓN

04 sep 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Mientras muchos, en España, se preocupan en dilucidar si la Reforma protestante fue un hecho histórico o una rebelión contra el poder religioso del momento, en el resto de Europa siguen dando gracias a Lutero porque el 31 de octubre de 1517 clavara sus 95 tesis en la puerta de la iglesia del palacio de Wittenberg. Ese día comenzaba la Reforma. Según Lutero, la Iglesia de Roma no quiso volver a los orígenes del cristianismo, y el mensaje de Jesús estaba devaluado por la tradición, las indulgencias y el poder de la Iglesia. La Reforma trajo la Biblia al pueblo.

Durante siglos, España estuvo alimentada de una cultura contrarreformista, a pesar de numerosos intentos de penetración protestante. Además de la contundencia del Tribunal del Santo Oficio, existen otras causas más veraces (según el doctor Werner Thomas de la Universidad de Lovaina), como es el desarrollo del modelo sociopolítico heredado desde la época de los Reyes Católicos. Los valores sociales y religiosos que comenzaron en la Reconquista educaron de tal modo a la población que crearon una sociedad antagónica a cualquier atisbo heterodoxo. La Reforma en España estaba condenada al fracaso.

Sin entrar en disquisiciones teológicas, un hecho constatable es que la Biblia estuvo prohibida en España demasiado tiempo. Mientras Lutero asentaba la lengua alemana con la traducción de la Biblia a ese idioma, en nuestro país, Casiodoro de Reina, en 1569, tenía que escapar a Suiza para publicar La Biblia del oso en castellano. El pueblo, al no poder pensar por sí mismo, aceptaba lo que le decían que tenía que creer, robándole su espiritualidad y conformándola a una religión. En este sentido, el protestantismo es todo lo contrario. La llamada libre interpretación surge de la libertad de acercarse a la Biblia y aceptar el mensaje del Evangelio.

Cuando la libertad religiosa llega a España en 1868, el progreso de los países de la Reforma era, en comparación, abismal. Para leer la Biblia se crearon escuelas y los países se alfabetizaron. Surgieron la literatura, la pintura, la escultura o la música impregnadas de cultura bíblica. Esto se trasladó a las empresas y a un desarrollo económico y social de grandes dimensiones. Todavía hoy nos sorprendemos cuando en algunos países de la Reforma su forma de ser les impide coger un periódico y no dejar el importe voluntariamente. No se goza en la picaresca, al estar seguros de que «?la raíz de los justos dará fruto» (Proverbios 12:12).

Cuando en Galicia se estableció el protestantismo en A Coruña (1875) o en Marín (1882), los misioneros ingleses crearon escuelas mixtas donde se enseñaban, además de la Biblia, otras materias como matemáticas, geografía o lengua. Gozaban de muchos recursos didácticos como la linterna mágica o el franelógrafo. Su ayuda sanitaria fue muy importante. Crearon toda una red de campamentos de verano, donde se realizaban estudios bíblicos; del mismo modo que hacían cada domingo en las escuelas dominicales. En ellas se potenciaba el canto, el teatro y la poesía. Era habitual ver a niños de tres años recitando su poesía ante toda la congregación. Avanzando en el tiempo y llegando a los años cincuenta, veterinarios, farmacéuticos y empresarios de reconocido prestigio, todos ellos protestantes, dejaron una huella indeleble en nuestra sociedad gallega.

Aquel hecho histórico que revolucionó el mundo cumple su V centenario. Las iglesias protestantes de nuestro país han solicitado un sello conmemorativo, con la portada de la Biblia de Casiodoro de Reina, a la Comisión Filatélica del Estado; quizás haya llegado el momento de celebrar que cada uno es libre para decidir lo que debe o no debe creer. Quizás sea tiempo de volver a los principios de la Reforma: Sola scriptura, sola fide, sola gratia.

José Luis Fernández Díaz es Profesor e investigador del protestantismo.