Los colores de Galicia

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

27 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando el mes de agosto apura los últimos días de vagar, y alarga ese dolce far niente que se obceca en disolverse en un septiembre inevitable, las conversaciones son torrenciales, con una lectura épica comprometida con Galicia como objetivo irrenunciable. Los días en los que el sol es mortecino y el clima se parece al verano escocés, la tertulia nos lleva a recuperar las imágenes amables de este luminoso agosto y miramos críticamente a ese asombro unánime que parece descubrirnos con la Vuelta Ciclista a España, paisajes como los de San Andrés de Teixido o la Mariña lucense retratados a vista de pájaro, es decir, desde el aire.

Y denunciamos las chapuzas gallegas, los cierres con un somier como puerta o la vieja bañera reutilizada como bebedero para el ganado, como bien señala este diario en una sección fija e incesante, para vergüenza de quienes hicimos de este Finisterre un país deseable.

Y así, navegando por los meandros de conversación llegamos a la nueva legislación de la Xunta que fija los colores y los materiales constructivos de la comunidad, catálogo que está siendo muy controvertido entre arquitectos y alcaldes pero que es urgente implantar. Ponemos en la mesa el feísmo que se ha extendido por nuestra tierra como una contaminante mancha de aceite, reconfigurando el paisaje y poniendo vallas al campo y hormigón donde antes la naturaleza había diseñado con mimo los regalos visuales de un río o de una ría como un sofisticado placer estético.

Y Santiago Meitín, admirador y discípulo del arquitecto Frank Lloyd Wright, nos enseña la fotografía de un chalé salido de su estudio y que corona un ángulo costero de la bahía de Area en Viveiro, y reivindicamos la arquitectura orgánica puesta al día desde sus orígenes en la casa Winslow y recuperamos la memoria contemporánea de los maestro Portela o Penela, de la arquitectura de vanguardia de Torres o Villaplana, de una Galicia que integra en el paisaje su realidad constructiva,

Y regresamos a los colores de Galicia, a su luz quedándose en la retina de un verano, creciendo por los valles, «do seu verdor cinguido» como una estrofa del viejo himno, iluminando el mundo desde que el día nace hasta el ocaso, y descubrimos la grandeza que se detiene ante nuestra mirada, y recordamos la dimensión atlántica de los acantilados irlandeses de Moher, o la costa norte de Antrim, sorprendiéndonos de nuevo con Santo André de Lonxe, como lo llama en sus libros Loureiro, llenando de color y de orgullo Galicia en sus colores de bruma líquida y la luz de un verano que todavía permanece entre nosotros.

Acaso lo que vivimos se parece vagamente a lo que vemos. Los colores de Galicia son nuestro santo y nuestra seña. Sorolla, cuando pintó Galicia, junto con el resto de España, por encargo de una institución americana, no pudo plasmar en sus cuadros ni descifrar los colores de Galicia. La luz singular de este país hería su mirada.