Geografía del fuego

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

13 ago 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

En las sociedades rurales, en la atávica cultura campesina, quedan residuos primitivos que hacen que los hombres resulten subyugados por el fuego, atraídos por esa suerte de sortilegio iniciático que convierte las llamas en un rito hipnótico que cautiva en las noches de estío y convierte en delincuentes a quienes incendian la noche.

El emperador Nerón quemó Roma, incendió la capital del mundo conocido para deleitarse contemplando cómo sucumbía bajo el pasto de las llamas, pese a los consejos de su preceptor Séneca. Crónicas de la época cuentan el inmenso placer experimentado por el emperador que convirtió Roma en una ciudad devastada, que luego comenzaría a reconstruir a su antojo.

Pero, desde aquel primer siglo de la historia, el hombre experimentó poco a poco, siglo a siglo, un desarrollo armónico en sus actitudes, moderó sus pasiones, aprendió civilidad, se ilustró y el fuego de los bosques se redujo a los rayos que prendían en los árboles. El hombre utilizó el fuego para calentar el hogar y cocinar los alimentos.

Las alimañas respetan el bosque y la mayor de las alimañas es capaz de quemar el paisaje, de prender fuego a los bosques por el placer primario de una venganza, por especular con el territorio e incluso por difusas e inexplicables razones políticas.

Este agosto el fuego ha vuelto a arrasar los montes de Galicia. Hay, existe toda una geografía del fuego que hoy, como en décadas pasadas, está asolando Galicia. Y son/somos los gallegos quienes queman el monte, en un delito de lesa patria que atenta, ferrado a ferrado contra el patrimonio común de este viejo pueblo.

Somos lo que tenemos, y tenemos el paisaje, las grandes carballeiras, los nogales y los bidueiros, los castaños y los salgueiros, el depredador eucalipto, los arbustos del camino, e incluso el matorral de los cómbaros. Tenemos también la lluvia, pero cuando evita su presencia llueven pavesas por todos los rincones de Galicia.

Y para colmo, mientras asistimos al esperpéntico espectáculo de las llamas y el incendio intencionado que no cesa, el guirigay electoral, en lugar de sumar condenas en un todos a una, resta con acusaciones de manual antiguo a quienes ejercen el poder en la comunidad. Hay demasiadas acusaciones gratuitas y algún silencio cómplice. Arde Galicia, se quema una vez más, la incendiamos con el placer de quienes ven en el fuego un placer de sicario al que le encargan asesinar el bosque, quemar el paisaje, destruir nuestra historia. Que se le quemen las manos a los pirómanos. Mal haya a esa guerrilla de arboricidas que retrasan la llegada del futuro común, de nuestro futuro como pueblo.