La mayoría absoluta del PP es posible, lo cual tiene mérito dada la atomización del voto, pero está «muy difícil». Lo reconoce Feijoo y lo confirma la encuesta exprés de Sondaxe, que traza un 25S con fotofinish. En realidad, Galicia fue casi siempre así: en el 89, cuando Fraga llegó al poder por un escaño, y en el 2005, cuando fue desalojado por ese mismo escaño por el poco añorado bipartito. También en el 2009, cuando Feijoo aterrizó en una Xunta que quiere conservar usando como principales argumentos la estabilidad, los deberes hechos y la recuperación económica. En esta batalla irrumpe Ciudadanos como un arma de doble filo, a priori un mal menor para el PP si consigue entrar en el Parlamento, nefasto de no hacerlo, porque en ese caso todos los potenciales apoyos riveristas serían papel mojado y alimentarían las opciones de la izquierda. Esta izquierda está tan plagada de incógnitas que a estas horas ni siquiera se sabe si serán tres o serán cuatro los partidos o coaliciones de partidos. Repasando nombres (Leiceaga, Beiras, Villares, Pontón), mucha de esa izquierda viene de un nacionalismo que es como un cuadro de Goya invertido: en lugar de con Saturno devorando a sus hijos estamos ante los hijos de Saturno comiéndose al padre, y auxiliados en la tarea por un partido que nació en la Complutense. El objetivo declarado de toda esta izquierda es «botar» (con B) a Feijoo. Han convertido en un fin lo que en todo caso debería ser un medio, lo cual es lícito desde el punto de vista de la estrategia electoral, pero no aclara nada sobre cómo sería un gobierno encabezado por el candidato del PSOE, el de las mareas o el de Podemos, y que necesitaría del apoyo de aquellos a quienes han desvalijado (el BNG). A las peleas intramuros ya desatadas en este potencial cuatripartito hay que añadir la eterna presencia de Beiras, no se sabe muy bien en qué papel. Se le supone enfadado, como siempre, pero esta vez también con los suyos.