Suicidas terroristas

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i Balsebre EL TONEL DE DIÓGENES

OPINIÓN

24 jul 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

A finales del XIX el sociólogo Émily Durkhein publicó un texto fundamental sobre el suicidio, categorizándolo en cuatro tipos: altruista, egoísta, anómico y fatalista. El suicidio anómico abunda en sociedades cuyas instituciones y lazos de convivencia se hallan en situación de desintegración o de anomia; sociedades en transición dónde los límites simbólicos se vuelven borroso y los morales se relajan. El suicidio egoísta prolifera donde los contenedores sociales son débiles -sobre todo familia y religión- donde un excesivo individualismo aísla al individuo del grupo y provoca una angustia capaz de hacerle despreciar la vida. Estamos aterrorizados por los últimos atentados suicidas cuya explicación redunda siempre en que son soldados del Estado Islámico que se inmolan por la causa islámica esperando retozar con las huríes. Demasiado simple. El islam es una religión de paz que prohíbe el suicidio ¿No es una contradicción? El tal Mohamed de Niza era un maltratador, con una vida desestructurada que no se relacionaba con nadie, se emborrachaba en el Ramadán y nunca pisó una mezquita. Los terroristas suicidas antes que terroristas son suicidas, son lobos solitarios que habitan en sociedades anómicas en descomposición y que encuentran en la yihad una razón para suicidarse con sentido. El conductor de Niza o el asesino de Orlando son sujetos que previamente habían vaciado su vida y encontraron un motivo para llenar su muerte. Los terroristas suicidas no están locos pero son individuos psicológicamente inestables. Tienen una pulsión de muerte que van capeando a través de una vida salpicada de equivalentes suicidas. Son vocacionales, novios de la muerte que abrazan la «acción/atentado heroico» para esconder su deseo de morir.

Fanatizar a una persona no es tan fácil ni tan rápido como se se dice, las ideas fanáticas son como parásitos que infectan al sujeto y necesitan de un período de incubación hasta que aparecen los síntomas. La proliferación actual de este tipo de sujetos no se desarrolla solo por contagio sino que necesita de un caldo de cultivo específico; el fanatismo suicida es -la mayoría de las veces- solo un pretexto para mucha gente ahogada en esta sociedad líquida que vivimos. Todas las sociedades tienen sus mecanismos de control para prevenir las conductas desviadas, en Occidente fueron la empatía -comprender el sufrir al otro- y la culpa, en la nipona el honor y en la árabe la vergüenza.

El suicidio/homicidio no tiene la misma explicación en una cultura de la culpa que en una de la vergüenza. El choque de culturas, la falta de integración y la debilitación de los mecanismos de control simbólicos que vivimos son el ambiente propicio para que muchas pulsiones suicidas egoístas encuentren una razón para pasar al acto. Habrá más sobresaltos.