Alemania, la Unión Europea y el «brexit»

Albino Prada
Albino Prada CELTAS CORTOS

OPINIÓN

08 jul 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Animados sobre todo por tránsfugas líderes de derechas, importantes sectores de clases medias y trabajadoras de las regiones menos ricas del Reino Unido forzaron una mayoría a favor de la salida de la UE en el reciente referendo. Ni el resto de la derecha política ni el laborismo fueron capaces de neutralizar, con una propuesta alternativa dentro de la UE, tal resultado.

Una propuesta que frenase el creciente temor de dichos sectores sociales al deterioro del mercado laboral a causa de una inmigración desmesurada, o al deterioro de sus sistemas de protección social a causa de los crecientes fondos que el Reino Unido tendría que aportar a una UE integrada por miembros más pobres cada vez.

Ante la evidencia de que la ciudadanía europea es una ilusión (los PIGS lo sabemos a cuenta de los recortes, las primas de riesgo y la no mutualización de los costes de la crisis), decidieron atrincherarse en su ciudadanía (ya lo estaban en su moneda) para blindar, me temo que ilusoriamente, su Estado de bienestar.

Creo que para neutralizar derivas semejantes en otros países (singularmente en Francia) es necesario que los ciudadanos más vulnerables ante los devastadores efectos de la globalización vean en la UE un Estado supranacional capaz de enfrentarse a la misma. Con derechos arancelarios contra el dumping social y ambiental que se camufla como mercados abiertos a la competencia, que sea capaz de controlar y penalizar los movimientos especulativos de capitales o los movimientos empresariales de competencia fiscal y que, al mismo tiempo, fuera capaz de financiar programas de protección social a escala europea (desempleo, pobreza, educación). Solo así la libertad de circulación de bienes y de personas es compatible con el bienestar social.

Como de la actual gestión neoliberal de la UE no cabe esperar tal cosa el populismo patriótico se ofrece como elixir. Lo más preocupante es comprobar cómo, en los días posteriores al brexit, Alemania (y su gran coalición) confirmó este diagnóstico. Alimentando así nuevas desafecciones.

Lo hizo cuando su canciller, el día siguiente del referendo, declaró que en las negociaciones para preparar el divorcio del brexit defenderá los intereses de los ciudadanos y la industria alemana. Ni rastro de los intereses colectivos europeos.

También cuando, pocos días después, propuso que a la Comisión Europea (el único Gobierno potencial del Estado supranacional que necesitamos) se le retirasen las funciones supervisoras y penalizadoras en relación al cumplimiento de la disciplina fiscal. Que pasaran a manos de un órgano técnico y no político. Es decir, al margen de la legitimidad democrática colectiva.

Mis intereses y mis criterios: sin discusión. Es obvio que Alemania entiende la UE (y aún más la eurozona) como un espacio de su estrategia ante la globalización: mercados para sus productos, para comprar trabajo barato y para blindar a sus prestamistas. No como un espacio para compartir ciudadanía y gobernar la globalización. Y es así como pasa lo que pasa.