Me sorprende esa costumbre nacional (tan nacional que hasta la adoptan los nacionalistas) de zanjar cuestiones muy complejas con soluciones muy simples.
Ha vuelto a suceder con el referendo sobre el brexit. Ante la amenaza de un sector nada desdeñable de la sociedad británica de agarrar la puerta de Bruselas y largarse, hay intelectuales patrios que han despachado la crisis con una frase de hondo calado filosófico:
-¡Pues que se vayan!
¿Que se vayan? Casi mejor que no. Porque, aunque los veamos distantes y escépticos respecto a los asuntos del continente, los británicos han ejercido siempre un saludable contrapeso al colosal liderazgo de Alemania a este lado del Canal de la Mancha. Si no fuese por esos ingleses tan ensimismados en su sistema de pesos y medidas y en sus pintorescas costumbres, probablemente los europeos llevaríamos ya más de cien años hablando todos un perfecto alemán.
Ayer, mientras le daba vueltas a estas cosas girando alrededor del sepulcro de sir John Moore en el jardín coruñés de San Carlos, me alegré al tropezarme con una antigua placa que recuerda el naufragio, hace 125 años, del Serpent en Camariñas. En el mármol, que rinde tributo a los marinos muertos, se lee la célebre consigna de Nelson en Trafalgar: «England expects every man to do his duty» (Inglaterra espera que todo hombre cumpla con su deber). Por eso confío en que hoy cumplan y voten a favor de la permanencia. Porque ni el Reino Unido tiene sentido sin Europa, ni Europa sin el Reino Unido.