Cuando la política es el gran arte de la estupidez

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

12 jun 2016 . Actualizado a las 11:03 h.

¿Qué tienen en común David Cameron, Artur Mas y Pedro Sánchez? Es fácil: que los tres ejemplifican a la perfección la tercera de las leyes de la estupidez humana formuladas por Cipolla, el gran historiador económico italiano. Según ella, «una persona estúpida es una persona que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin lograr ninguna ventaja para sí o, para colmo, sufriendo él mismo una pérdida».

David Cameron convocó en el 2014 un referendo sobre la independencia de Escocia del que nadie obtuvo beneficios, pero que a punto estuvo de provocar un terremoto. Tanto que el propio Cameron y muchos otros políticos que lo habían criticado por tan temeraria iniciativa debieron amenazar con que el Reino Unido sufriría una catástrofe si los escoceses lo dejaban. No contento, sin embargo, con haber puesto a su país al borde del abismo, Cameron convocó por su cuenta otro referendo para el próximo día 23, ahora sobre la salida del Reino Unido de la UE, en el que los sondeos vuelven a dar como ganadora a la posición contra la que Cameron combate. Lo que ha obligado de nuevo al primer ministro a anunciar todo tipo de desgracias si triunfa un brexit que jamás se hubiera planteado de no haber adoptado él mismo una decisión de una irresponsabilidad descomunal. Si hay brexit, la cabeza de Cameron rodará antes que ninguna.

Artur Mas fue el primer responsable de conducir a Cataluña al despeñadero en que hoy está: un país políticamente desgobernado y socialmente roto y desquiciado. Por esa locura obtuvo Mas un premio de todos conocido: ser defenestrado por su propio partido después de que lo dejara hecho unos zorros. Por eso Mas ejemplifica mejor aún que Cameron, si cabe, esa segunda ley sobre la estupidez humana, por virtud de la cual uno provoca un daño grave a muchos dañándose a sí mismo.

Todo apunta a que ese será también el caso de Pedro Sánchez tras las próximas elecciones generales. Si se produce el sorpasso que anuncian todas las encuestas, el líder socialista habrá culminado una faena verdaderamente magistral: acabar con su carrera política antes de empezarla de verdad, tras haber conducido a su partido a un desastre formidable, que lo coloca en el camino de acabar como el PSI en Italia o el Pasok griego. Sánchez ha sido como el Santiago Nasar de la Crónica de una muerte anunciada: el único español que no sabía lo que todos los demás veíamos claro como el agua: que iba directo al matadero. Aunque mientras que al pobre Santiago nadie lo avisó de su destino, Sánchez ha sido advertido hasta el cansancio de lo que se le venía encima.

Pese a ello, Sánchez insiste en una política que calificaba mejor que nadie Groucho Marx: la consistente en «buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados». Como Cameron. Como Mas. Y como tantos otros que, antes que ellos, han llevado a millones de personas a un naufragio seguro mientras largaban todo el trapo convencidos de navegar hacia la isla del tesoro. El colmo de la estupidez.