Populismos sin resistencia

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

11 jun 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Pilar Canicoba

Cuando tengamos Gobierno y volvamos a la templanza política, habrá que hacer una reflexión muy profunda: qué está pasando con las ideologías democráticas tradicionales. Habrá que hacerla, porque en pocos días hemos visto cómo a la extrema derecha le faltaron unos votos para hacerse con la presidencia de la república de Austria; en Francia, el Partido Socialista atraviesa una crisis profunda porque aplica medidas conservadoras; en el Reino Unido, un nacionalismo exacerbado puede meter a la Unión Europea en la mayor dificultad de supervivencia de su historia; en Estados Unidos, el Partido Republicano optó por el líder más radical de todos los posibles; en España, si nada lo remedia, el gran partido clásico de la izquierda puede ser rebasado por unos advenedizos sin experiencia, pero con ideas.

Casi todo está en revisión. No es posible hacer un diagnóstico válido para todos los países, pero multitud de analistas de alto nivel están llegando a una conclusión genérica: está comenzando un nuevo tiempo de los populismos, que en unos países emergen desde la derecha más radical, y en otros desde la izquierda más exigente, quizá utópica, que se ha visto desde la caída del muro de Berlín. El ejemplo más notorio en Europa es el de Grecia, que llevó al poder -y parece que últimamente a la decepción- al partido Syriza y a su líder, Alexis Tsipras.

¿Habrá llegado el momento de que su experiencia se repita en España? Dicho en palabras del comunista Alberto Garzón, ¿puede surgir una «alianza bolivariana en el sur de Europa», como acaba de proponer? Esos son los auténticos desafíos que plantean los nuevos políticos, en un inteligente y astuto reparto de papeles en la coalición Unidos Podemos: mientras la parte podemita utiliza un lenguaje conciliador para no asustar al voto de la moderación, la parte que viene de Izquierda Unida pretende abanderar el euroescepticismo español, empieza a expedir certificados de defunción de la moneda única y se constituye en reserva ideológica del republicanismo.

Lo peor del diagnóstico es que no encuentra resistencia. El líder mayoritario, señor Rajoy, se limita a invocar el fantasma del extremismo sin mayor esfuerzo de aportación. El partido más perjudicado, el socialista, se limita a reclamar la propiedad de la socialdemocracia española frente a la usurpación de Pablo Iglesias. El clima social facilita un estado de opinión favorable. Y los intelectuales influyentes no pasan de expresar su sorpresa, de escribir brillantes artículos teóricos o de denunciar el papel de algunas televisiones en el crecimiento populista. Conclusión: quizá todavía no llegó el momento; pero al populismo español le están regalando poder. Solo lo tiene que recoger.