Farruquiño y Liborio

María Xosé Porteiro
María Xosé Porteiro HABITACIÓN PROPIA

OPINIÓN

28 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

En la iconografía popular cubana, el gallego Farruquiño y el negro Liborio reflejan a sus grupos étnicos más característicos. Siempre en regueifa, el primero era el bruto con recursos, y el segundo, el listo sin peculio. Estereotipos burdos pero realistas de la sociedad cubana de finales del XIX que se mantienen en la memoria colectiva, aunque la concesión de la nacionalidad a los hijos y nietos que no la conservaban revalorizó el apelativo de gallego.

Fue tan grande nuestra presencia e influencia en la Cuba poscolonial que en nuestro Centro Gallego -con la complicidad de grandes periódicos donde firmaban apellidos tan sonoros como Curros Enríquez-, se cocinaron alianzas con los colonizadores del norte, se fraguaron Gobiernos o se elevó a alguno de nuestros paisanos al cielo de los poderes financieros. Aunque también hicimos de La Habana capital central de nuestra diáspora, donde creamos sociedades benéficas y mutuales para alfabetizar y cubrir las demandas más acuciantes de nuestros inmigrantes, necesitados de ayuda para adaptarse a aquella nueva sociedad.

Tal vez ahora esto suena a historia añeja e importa poco a las nuevas generaciones de la Galicia territorial, pero en este 2016 aún viven en Cuba casi 40.000 españoles que añaden a esta condición la de paisanos nuestros, es decir, con derecho a voto en España y a las ayudas institucionales que se dedican al medio millón de gallegos que están en el exterior.

El Consello de Comunidades Galegas celebra en Cuba su décimo primer pleno por los cambios que se esperan en una de nuestras bases culturales y geoestratégicas más importantes, pero su agenda se parece demasiado a cualquier debate anteriormente realizado. El timing de la Xunta se centra más en lo mercantil y en gestos políticos. Ya se verán los resultados. Hasta ahora, ha habido demasiada burocracia y naftalina en la relación con las colectividades del exterior.

Sería una novedad y un gran avance que de este encuentro salieran acuerdos de calado. Por ejemplo, reivindicar ante el Gobierno central nuestro verdadero peso demográfico -contabilizando a los que están fuera y que son ayudados con nuestros escasos recursos- a la hora de fijar la financiación de nuestra autonomía. O también, dejar claro a los residentes en el exterior que ciudadanía es un concepto de ida y vuelta: de derechos, pero también de deberes, y que tendrán que esforzarse por ayudar a Galicia ahora que tanto lo necesita.

O, por qué no, exigir al Gobierno cubano que en el magnificente antiguo Centro Gallego de La Habana, intervenido por la Revolución, figure en un lugar destacado una placa que recuerde que fueron nuestros antepasados quienes dejaron esa joya a las generaciones futuras, de allí y de aquí. Pero para esto último, Farruquiño tendrá que engañar a Liborio y hasta ahora no hay muchos recuerdos de que tal cosa sucediera alguna vez.