Ventolera revisionista

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

16 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Creía que no era necesario defender la transición democrática española, porque me parecía muy obvio que fue un éxito. Pero ya no tengo tan claro que las obviedades resistan el paso del tiempo sin ser sometidas a reconsideraciones, tergiversaciones y desenfoques. Y mucho temo que ahora estemos ya en la fase de despellejar el acierto.

Encuentro razonable que la corrupción y otros males alimenten la reticencia, pero me parece muy lamentable que la mayor parte de los ataques se hagan desde la ignorancia más radical, que pretende culpar a los autores de la transición incluso de que Franco muriese en la cama. Lo cual revela que no saben qué fue el franquismo y me temo que tampoco qué es la democracia. Porque la transición fue justamente el paso de la Dictadura a la Democracia, ambas con mayúscula. Los que nacieron en un régimen de libertades y de derechos democráticos deberían ser conscientes de ello y no olvidarlo.

El actual vendaval de recapacitaciones y de reciclajes comparece carente de profundidad y muy sobrado de intereses personales o partidarios. Lo cual no es bueno porque, como reza el dicho, «tropezar no es malo, pero encariñarse con la piedra sí». Y en este momento parecemos avanzar a trancas y barrancas, sin más guía que el manual de enfrentamientos y descalificaciones del que nos hemos ido dotando en este rifirrafe.

¿De verdad lo vamos a revisar todo? No es deseable, pero no se descarta. La pulsión de cambio de la que hablan algunos con mucha insistencia apunta en esa dirección. Es como si hubiese que revisarlo todo para poder continuar hacia la conquista del poder. Porque ya se sabe, como se lee en el Quijote, que «es bueno mandar, aunque sea a un hato de ganado». Y aquí todos quieren mandar, solos o en compañía de otros.

Durante la transición nadie apartaba de su memoria la Guerra Civil sufrida 40 años antes. El rechazo a volver a las andadas unía mucho, sobre todo a los más distantes ideológicamente. En 1981, Adolfo Suárez dimitió proclamando que la democracia en España era «absolutamente irreversible». Han pasado 35 años más, sin vendavales ni sobresaltos, pero no debiéramos olvidar esa historia que tantas veces se nos torció.