Donald Trump, final de una política

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

06 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

D onald Trump: un recién llegado a la política sin comparación posible. En el mundo hay gobernantes de todo tipo, demócratas intachables, dictadores, megalómanos, fascistas de nuevo cuño, bolivarianos, corruptos, visionarios, oportunistas, pacifistas, belicosos, ingenuos (pocos), osados, populistas, demagogos y grandes hombres y mujeres de Estado. Cerca de doscientas naciones independientes producen todas las especies posibles. Pero no identificamos a nadie como Donald Trump, un advenedizo que ganó los peores calificativos a lo largo de su campaña electoral: machista, racista, engreído, provocador, ofensivo, belicista o insultante para los derechos humanos. Cada discurso suyo logró escandalizar al mundo. Sus calificaciones de los inmigrantes recordaron los tiempos de la esclavitud. Algunas de sus iniciativas más conocidas, como la de construir un muro a lo largo de toda la frontera con México, hicieron dudar de su estabilidad mental. Sus soflamas sobre el prestigio internacional de Estados Unidos hacen temer el retorno a la guerra fría y acciones de escaramuza militar si llega a comandante supremo.

Y, sin embargo, muchísima gente lo quiere. Podrido de millones, su procedencia social hace que no pertenezca a la mayoritaria clase media norteamericana y, sin embargo, mucha de esa clase media lo quiere. Sus ofensas a los hispanos y a los negros lo dibujan como un xenófobo, pero muchos de esos ofendidos también lo quieren. Y así, fue derrotando uno a uno a los 16 competidores con los que se enfrentó en primarias. El propio Obama, que lo ridiculizó en la cena de los corresponsales, tuvo que comprobar su inmunidad a las pocas horas en Indiana. Ahora solo le falta derrotar a Hillary Clinton, si se confirma como candidata demócrata, para tomar posesión de la Casa Blanca. Y tiene en su contra a la mayoría de jefes de Estado y de Gobierno, desde luego a los politólogos, que han opinado sobre personaje tan singular.

Aunque la política norteamericana no se pueda extrapolar al resto del mundo, hay que tomar seriamente nota de este fenómeno de masas. Ni Berlusconi llegó a los niveles de Trump. Cuando esto pasa, algo está ocurriendo en la vida pública. Quizá sea el cansancio de eso que llaman «la vieja política». Quizá sea una consecuencia de la crisis de liderazgo que sufre la humanidad. Quizá esté surgiendo a escala mundial un movimiento populista -conservador en Estados Unidos, de extrema derecha en países europeos, de extrema izquierda en España- llamado a sepultar los viejos convencionalismos. Quizá haya demanda social de agitación que nadie sabe cómo terminará. Hoy asoman solamente los síntomas. Mañana puede ser toda una revolución. Mejor dicho: una contrarrevolución.