El futuro de la Unión Europea

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

18 abr 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Causa asombro el desapego con que se pronuncian algunos de nuestros líderes políticos más jóvenes (y quizá más populistas) respecto de lo que es y debe ser la Unión Europea. Basta con echar mano de la memoria propia y de la ajena para recordar cuando todos compartíamos un anhelo europeísta muy mayoritario y hondamente enraizado. ¿Qué ha pasado para que el fuego de aquella pasión parezca declinar y querer apagarse?

Recuerdo cuando el máximo anhelo de España era entrar en ese Mercado Común que apuntaba con ambición hacia una unión política superadora de las fronteras internas. Nadie quería quedarse fuera de ese magno proyecto. Nadie quería una frontera pirenaica que nos separase. Nadie estaba dispuesto a desmayar en el esfuerzo por lograr esa integración. Europa era la gran meta y en ella conseguimos integrarnos con tesón.

¿Qué ha pasado desde entonces? Muchas cosas buenas que una especie de ceguera voluntaria quiere impedirnos ver. Logros notables que ahora no parecen querer enumerarse: avances democráticos, progreso, vertebración socioeconómica, solidaridad, redes de autopistas, vías férreas de alta velocidad y un sinfín de proyectos comunes.

Es verdad que a la UE le quedan todavía muchos pasos por dar, sobre todo en el ámbito de la integración social, económica y política. Pero todo lo que nos falta se cura con más unidad y más voluntad respecto de un proyecto común. Lamentablemente, el Reino Unido no parece verlo así y actúa una y otra vez como un verdadero freno. Pero, con británicos o sin ellos, el horizonte de la UE no debería emborronarse ni debilitarse.

Muy al contrario, hay que volver la mirada hacia los padres fundadores y recuperar su visión y su mensaje. «La paz mundial no puede salvaguardarse sin unos esfuerzos creadores equiparables a los peligros que la amenazan. La contribución que una Europa organizada y viva puede aportar a la civilización es indispensable para el mantenimiento de unas relaciones pacíficas», dijo Robert Schuman en la Declaración de 1950, que lleva su nombre, y en la que subrayaba que «Europa no se construyó y hubo guerra». Hay que mirar hacia atrás para vislumbrar el buen camino y propiciar su futuro.