Las auténticas sorpresas de Panamá

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

06 abr 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay que ser un alma cándida para sorprenderse por los «papeles de Panamá». Todos sabemos de siempre que no existen los paraísos fiscales, sino los refugios fiscales de toda la golfería mundial. Todos sabemos que quien tiene dinero obtenido de forma opaca siente la obligación financiera de escabullirse del Fisco, si quiere salvar su patrimonio y su libertad. No digamos nada de los dictadores que se apropian de los recursos del pueblo; de los gobernantes que se enriquecen a cambio de favores políticos y de quienes cometen todo tipo de delitos, desde el robo de cuello blanco al tráfico de drogas, y han cubierto su cupo de blanqueo de fondos en su país. La prueba de que existen y son un problema mundial es la infinidad de resoluciones -la última, del G-20- que prometen terminar con esos refugios.

Los que sorprenden son otros detalles. Por ejemplo: primero, cómo los costosísimos organismos oficiales y las convenciones internacionales no consiguen identificar esas organizaciones que tanto daño hacen a la humanidad, y lo tienen que hacer los medios informativos con recursos que van desde la investigación periodística a la filtración.

Por ejemplo: segundo, lo bien que funciona la información privilegiada entre quienes colocan sus recursos en las sociedades offshore, cómo saben adónde acudir para que les realicen el trabajo sucio y qué papeles hay que presentar para constituirlas sin que nadie se entere en el país de origen. ¿Ningún servicio de inteligencia penetra en esas redes de información? Ciñéndonos a España, ¿saben más los señores Messi, Almodóvar y Pujol o la señora Borbón que todo el aparato de vigilancia del Estado?

Y por ejemplo: tercero, lo que alarma es que grandes bancos, de dimensión mundial, han sido utilizados para canalizar los fondos. Sin entrar en el fondo de la obligación de las entidades financieras de colaborar con los Estados, es evidente que tienen toda, al menos mucha, de la información existente sobre los circuitos de la opacidad y son, por tanto, cómplices de los fraudes cometidos e instrumentos de la supervivencia de los refugios fiscales.

Quiero decir con estos elementales apuntes que no nos vengan con el cuento de la dificultad de detectar los vericuetos de la ocultación patrimonial. Lo que falta es voluntad política de penetrar en ellos. Lo que ocurre es que las inspecciones de tributos están entretenidas en la caza del contribuyente fácil que no tiene escapatoria. Y la alegría que está expresando el Gobierno por haber localizado los nombres de una docena de españoles en los papeles de Panamá es la apropiación de la eficacia de otros. Muy útil, por cierto, para sacar pecho y repetir «caiga quien caiga», que siempre queda muy bien.