La esperpéntica reunión de ayer entre los gallos de pelea del PSOE y Podemos solo ha servido para que Pablo Iglesias renunciase a lo que todavía no tiene y enviase a toda España tres mensajes importantes. El primero, que él es un patriota bueno, que, al contrario de lo que hace Sánchez, no está en política por ambición personal. «Si yo soy el obstáculo -le dijo a Sánchez- renuncio a las pompas y vanidades del poder, para que puedas montar el pésimo gobierno con el que vais a quemaros tú y el PSOE per in saecula saeculorum, amén».
La segunda, que la renuncia de Iglesias no significa retirar las condiciones que puso Podemos para pactar, y que son, ahí es ná, un Gobierno a la valenciana, multipartidista y antisistema, con todas las cesiones ideológicas y territoriales que los barones del PSOE quieren evitar, y en el que debe quedar muy claro que los pocos éxitos que puedan lograrse son compartidos -60 % Podemos y 40 % PSOE-, mientras todos los fracasos, incluyendo el fiasco final, son exclusivos del PSOE, que, por no tener proyecto de cambio, ser casta y estar vinculado a la franquicia del PP que es Ciudadanos, va a frustrar la oportunidad de regenerar España que crearon las izquierdas populistas, republicanas, independentistas y tsiprianas.
Y la tercera, que, gracias a su repentina generosidad, el único que puede salir limpio del desastre que se avecina es Iglesias, que oliéndose la tostada, quiere poner a Errejón de vicepresidente y dejar que se queme en la misma hoguera todo lo que ahora estorba su proyecto de una nueva España bipartidista, en la que el PP siga siendo la derecha y Podemos la izquierda.
¿Y por qué actúa Iglesias con tanta astucia disfrazada de generosidad? Por cuatro sucintas razones. La primera, porque la obsesión de Pedro Sánchez por llegar a la Moncloa lo ha vuelto políticamente ciego, sin capacidad para ver la miseria que se le viene encima, y sin darle al PSOE la oportunidad de detener su alocada carrera hacia el abismo. La segunda, porque mientras Sánchez está dispuesto a darlo todo por un día de poder y por ser expresidente, Iglesias se proyecta como líder de un partido y una España que debe ocupar los próximos cuarenta años, y por eso no puede jugarse una carrera que cree prometedora a cambio de una victoria pírrica. La tercera, porque el PSOE, atado a Podemos, está a punto de suicidarse, dejándole a Podemos la segunda posición. Y la cuarta, porque nadie le va a imputar a Podemos la responsabilidad del caos que viene, mientras el PSOE está a punto de inmolar en la refriega su poder, su historia, su prestigio y su organización.
Por eso fue Iglesias, vestido de generoso, a la reunión de ayer. Porque solo él puede tener todas las ventajas, y solo Sánchez está obligado a pagar todas las facturas presentes y futuras de esta investidura. ¡Una tragedia!