Sangre, sudor y lágrimas

María Xosé Porteiro
María Xosé Porteiro HABITACIÓN PROPIA

OPINIÓN

08 mar 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

En el ya remoto 1977 se celebraron en España las primeras elecciones democráticas. El país estaba sumido en la búsqueda naíf de la memoria de un tiempo en que se creía que la poesía era un arma cargada de futuro. La generación que entonces accedió al poder, procedente de las aulas, las oficinas o las fábricas, empezaba a independizarse de unas familias que aún estaban muy marcadas por la guerra y la posguerra.

Las mujeres dejaban de trabajar al casarse, no podían salir al extranjero o vender propiedades sin permiso de los maridos, llegaban a la mayoría de edad unos años después que los hombres, tenían que hacer cosas increíbles para controlar la natalidad -con serio riesgo de sus vidas- y aún estaba mal visto que viajaran sin la compañía de un varón.

Las mujeres y lo público eran antagonistas desde la perspectiva de lo socialmente tolerable. Pasados tantos años, el significado de mujer pública ha ido cambiando y comienza a tener otro significado redimido por el uso democrático de la participación en la política y en el mundo del trabajo, pero nuestra presencia en los lugares de toma de decisión y gestión de la cosa pública sigue siendo insuficiente.

Ni la igualdad legal reconocida por la Constitución, ni el cambio legislativo que se ha ido produciendo en todos estos años, han conseguido que la realidad se aproxime a las posibilidades que la Carta Magna nos abrió. No hay más que ver, en estos momentos de negociación política, la gesticulación y el discurso extremadamente machista que se exhibe desde alternativas que se proclaman regeneracionistas y renovadoras.

Por eso, me gusta que algunas lideresas políticas se enfrenten a las cuestiones pendientes y sigan escandalizando a quienes creen que ya está todo conseguido porque algún que otro rostro femenino se sienta en lugares visibles. Carmena y Cifuentes en Madrid, Silva en Pontevedra, Colau en Barcelona, Díaz en Andalucía o Méndez en Lugo, son apellidos de mujeres que protagonizan la vida pública de este país, desde la pluralidad ideológica, activas y combativas. Ahí están casi todas las generaciones y procedencias, abordando retos parecidos con respuestas heterogéneas, pero con su presencia y su trabajo dan normalidad a algo que, no hace tanto, era improbablemente normal. Están. Son. Hacen. Y se las critica más duramente, a unas por la edad, a otras por su estilo, a aquellas porque siguen modelos demasiado masculinos.

Queda mucho por hacer, pero, en este terreno, es importante estar incluso sin militar en el feminismo, porque han llegado gracias a los avances que esta ideología ha inoculado en la política. Bienvenidas sean, también, cuando se equivocan, porque lo normal es que cualquiera que sea el sexo que tengamos, podamos acertar, o lo contrario. Lo anormal es no tener la oportunidad de hacerlo. Y ya sabemos que nos cuesta sangre, sudor y lágrimas porque en esta guerra que vamos a ganarle al patriarcado, las víctimas están en nuestra orilla.