Mujeres trabajadoras

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

08 mar 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Hoy, 8 de marzo, se conmemora el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Y yo, tan poco adicto a esas efemérides que tantas veces se resuelven en un puntual y efímero lavado de conciencia colectivo, como el purgante que se toma de un trago para seguidamente arrinconar de nuevo el frasco en el desván del olvido, quiero recordar la discriminación que sufre la mujer en el mercado laboral español. Marginación de raíces históricas, pero acentuada por la crisis económica y las políticas arbitradas para (supuestamente) hacerle frente.

En España hay más mujeres que hombres. Y más viudas que viudos, lo que demuestra cuál es el sexo débil y cuál el fuerte. Hay también más trabajadoras que trabajadores, salvo que excluyamos del cómputo a todas aquellas -las amas de casa, por ejemplo- que no perciben remuneración alguna por su trabajo. Y, sin embargo, hay muchas menos mujeres que hombres percibiendo un salario o regentando un pequeño negocio. La tasa de actividad masculina supera el 65 %, la femenina no alcanza el 54 %.

Son menos las trabajadoras por cuenta ajena y cobran menos que los varones. Su nómina es un 19,3 % inferior, dicen las estadísticas oficiales, tres puntos por encima de la media europea. Un informe de UGT eleva ese porcentaje y asegura que la mujer tiene que trabajar 84 días más al año para ganar lo mismo que su compañero de fatigas. Peor aún: la brecha salarial entre sexos se ha agrandado durante estos años de crisis.

El número de mujeres en paro aumentó un 58,7 % en los últimos siete años, el de hombres creció un 40,5 %. En el último trienio se redujo el escandaloso nivel de desempleo: el masculino más de la cuarta parte, el femenino menos del 15 %. La tasa de paro de los varones en activo se situó por debajo del 20 % el año pasado, la tasa de paro de las mujeres en activo -que son muchas menos- se mantiene por encima del 22 %.

La mujer ocupa los arrabales del mercado laboral, la zona marginal donde proliferan los contratos precarios, la productividad raquítica y los salarios exiguos. Alguna vez escribí que los jóvenes, condenados a la emigración o a vegetar bajo el manto paterno y la pensión del abuelo, son las víctimas propiciatorias de la crisis. Pero hay algo peor que ser joven en la España de hoy: ser joven y ser mujer. Cuarenta y cinco de cada cien jóvenes varones están en paro. Una atrocidad. Cuarenta y siete de cada cien mujeres jóvenes están en paro. Una atrocidad más dos puntos de propina por razón de sexo.

Lo decía Leon Tolstói en su inquietante apertura de Anna Karenina: «Las familias felices se parecen unas a otras; las desdichadas lo son cada una a su manera». Y es que existe una amplia gama de desventuras. La del joven al que birlaron el futuro. La del trabajador que perdió su empleo. La del parado sumido en el hoyo de la impotencia. La del empleado por horas y sueldo de miseria. De todas ellas participa la mujer, pero siempre, a mayores, con un agravante específico: su condición femenina.