Una aventura con tres amenazas

OPINIÓN

21 ene 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

A veces pasa que, mientras preparamos un viaje de placer por los fiordos de Noruega -yo nunca estuve-, o unas vacaciones de playa y chiringuito -tampoco las he catado-, nos encontramos con un amigo que está organizando un viaje de riesgo -conocer Afganistán en bicicleta-, o unas jornadas de deporte -hacer snowboard en los glaciares del Jungfrau- de máxima exposición. Y siempre nos preguntamos lo mismo: ¿qué será lo que lleva a este profesional de éxito, con una preciosa familia, a arriesgar su vida y su hacienda de forma tan gratuita? La respuesta no la tenemos. Pero todos intuimos que su adicción al riesgo es irrefrenable, y que no parará hasta partirse la crisma.

Lo malo es que a algunos países les pasa lo mismo, y que, pudiendo disfrutar de un orden institucional envidiable, se les antoja apostar por políticas de riesgo. Y también aquí debemos asumir que, una vez percibido el ácido olor a aventura, la voluntad popular ya no se va a apear del riesgo hasta esnafrarse. España, la vieja nación inesperadamente enamorada de la juventud, del riesgo y del «sí se puede», se ha lanzado por estos vericuetos. Y yo, cargado de años y experiencia, no intentaré evitarlo. Y solo les pido que nos pongamos el casco para que el golpe no nos deje tetrapléjicos.

Los viajes de riesgo que vamos a realizar son dos: el de constituir un Gobierno hecho de retales -con objetivos económicos y sociales contradictorios, y sin estabilidad parlamentaria- para presentarnos ante Europa y el mundo vestidos de payasos (traje de remiendos y colorines, enormes zapatos con arouxos en la puntera, bola en la nariz, polvos en la cara y gorro estrujado); y el de dejarnos seducir por la abolición de las medidas anticrisis, para volver a encontrarnos con el idealizado despilfarro del que venimos y con las añoradas e irresponsables ingenierías financieras, «ingrávidas y gentiles como pompas de jabón». Y a esto hay que llamarle política de riesgo.

Y los tres deportes que vamos a practicar son tres. Afrontar nuevos retos de ajuste y homologación sin la potencia de frenada de un Gobierno fuerte y coherente. Meternos de hoz y coz en la nueva crisis -que ya se anuncia en la bajada del petróleo, en China y los emergentes y en las principales Bolsas del mundo- al más puro estilo Zapatero, sin verlas venir y dilapidando el dinero en planes E. Y proponer una regeneración por demolición -nueva Constitución, nuevos estilos, nuevos derechos a todo y ninguna cortapisa para nada- para la que no hay ni proyectos, ni consensos, ni experiencia, ni sentido común. Por eso vamos a acabar así de magullados, con una crisis económica reverdecida y furibunda, y con una degradación de la cultura política, institucional y jurídica que ya muestra síntomas pavorosos de ineficiencia y desorden. Pero eso sí, ¡lo vamos a pasar muy bien!