El hijo que mata a su madre

Yashmina Shawki
Yashmina Shawki CUARTO CRECIENTE

OPINIÓN

11 ene 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

En la foto que han publicado los medios de comunicación tiene los ojos enrojecidos. Si fuera por haber llorado, la estampa le habría dado cierta humanidad a pesar de todas las atrocidades que ha cometido, pero casi con toda certeza es por el efecto de las drogas que Daesh suministra a sus milicianos para que pierdan el miedo al combate, al dolor y, sobre todo, para que ignoren cualquier rastro de sensibilidad en su corazón a la hora de cometer sus tropelías. Se llama Alí Saqr, tiene 20 años y ostenta el detestable honor de haber delatado y luego asesinado a su madre por haber intentado convencerle de que abandonara Raqqa, el bastión de Daesh en Siria.

Una clara muestra de la barbarie de este grupo terrorista, en cuyo territorio se suceden los crímenes, las violaciones, las torturas. Pero no es el único.

En muchas localidades sirias que se resisten al avance de las tropas de Bashar al Asad y Hezbolá los habitantes de estas castigadas zonas han pasado de sufrir bombardeos y disparos a ser asediados por el hambre, la sed, el frío y las enfermedades.

Son realmente horribles las imágenes de los niños a punto de morir de inanición en  Madaya, Zabadani y otras trece ciudades más.

Son tiempos oscuros, donde las guerras, siempre viejas, se reproducen a sí mismas en un bucle incesante de acción y reacción.

La injusticia, la desigualdad, la pobreza, la opresión, la falta de libertad son algunos de los ingredientes que alimentan la olla donde se cuecen los levantamientos, las revueltas y las guerras.

Cuando todo estalla, lo peor que hay dentro del ser humano se desata sin control, como si se abriera la veda a la crueldad, al desatino, al horror.

Así, cuando el coste de los bombardeos, los vehículos blindados y las metralletas que siembran el terror ya no son asumibles, el asedio, el secuestro, la violación y la tortura resultan igual si no más eficaces para minar la moral del enemigo.

Una ausencia que incluso permite que un hijo mate a la madre que le dio la vida o que los niños mueran de hambre.