Cómo destrozar Cataluña en solo cinco años

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

05 ene 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Siendo extensa la nómina de patanes políticos que ha dado España, resulta muy difícil encontrar en nuestra historia un personaje más patético que Artur Mas. Como si el destino se hubiera ensañado con la grotesca carrera de este hombre ridículo, su muerte política no llega por una derrota a manos de unos enemigos políticos a los que poder demonizar, y ni siquiera por la aplicación de la fuerza democrática de ese Estado español al que tanto odia. El óbito le llega a nuestro atolondrado protagonista como consecuencia de la humillación absoluta a la que le ha sometido un minúsculo partido independentista. Algo que le impide endosar su estrepitoso fracaso al odio españolista que tantas veces le ha servido de escapatoria y parapeto.

El espantoso ridículo protagonizado por este caudillo de todo a cien, capaz de arrastrarse por el lodo con tal de mantenerse en el poder, no pasaría de ser un episodio cómico y olvidable si no fuera por las terribles consecuencias que su delirante afán de protagonismo ha tenido y tendrá para la convivencia ciudadana en Cataluña y para la economía y la credibilidad internacional que sus habitantes se habían labrado con siglos de esfuerzo común. Visto ahora con perspectiva, para los catalanes y para el resto de españoles parece casi un mal sueño el que una persona de tan mínima inteligencia y tan ínfima talla política haya podido provocar tanto daño en tan poco tiempo.

Hay que comprobar el calendario para acabar de creerse lo que ha conseguido en cinco años el que se hacía llamar el astuto. Por hacer un rápido resumen, en el año 2010 Artur Mas gobernaba plácidamente en Cataluña gracias al respaldo de los 62 diputados de su partido que, sumados a los diez de los independentistas de ERC, le proporcionaban una cómoda mayoría absoluta. CiU, la fuerza política que lideraba en ese momento, era una histórica coalición nacionalista moderada que parecía indestructible y que había ganado ininterrumpidamente en número de escaños todas las elecciones autonómicas celebradas en Cataluña. Hoy esa coalición no existe. Unió está fuera del Parlamento catalán y del español. CDC es un partido independentista radical desprestigiado y sin ningún posible aliado, que tiene que ocultar sus siglas para subsistir y que bajo la denominación de Democràcia i Llibertat es ya la cuarta fuerza política de la Comunidad. ERC le supera tanto en votos como en escaños en el Congreso. Y Cataluña, que llevaba siglos siendo el motor económico español y dando muestras de civilizada y pacífica convivencia entre nacionalistas y no nacionalistas, es un territorio sumido en el desgobierno y la permanente crispación social que tiene que pedir prestado al resto de España para pagar sus facturas y cuyo destino político ha sido decidido por 3.000 miembros de una fuerza antisistema. Y todo ello, sin que los independentistas hayan logrado uno solo de sus objetivos. La única buena noticia para los catalanes es que Artur Mas es ya un cadáver político que no podrá hacerles más daño.