La nueva política

Jaime Miquel
Jaime Miquel LÍNEA ABIERTA

OPINIÓN

24 nov 2015 . Actualizado a las 15:20 h.

La estimación de Sondaxe sobre la intención de voto en las generales atribuye al PP el 29,4 % de los votos válidos y al PSOE el 19,3 %, valores consensuados entre las estimaciones más fiables. El bipartidismo suma ahora el 48,7 % de los votos válidos, 24,7 puntos menos que en el 2011, cuando el PP (44,6 %) y el PSOE (28,8 %) totalizaron el 73,4 % de los votos válidos en España. La vieja política está en crisis, pero nada se detiene. Lo que está explicando que el buque navegue a buena marcha son las certidumbres de los ciudadanos nuevos, 20 millones de personas nacidas después del año 1973, de 41 años de edad las mayores, de las que 12,6 millones están convocadas a votar el 20 de diciembre, el 35 % del censo. Estas certidumbres son profundamente democráticas, pertenecen al primer mundo, a la UE, participan del euro y de la seguridad atlántica. Esta sociedad del siglo XXI no se inmuta por la política de máximos de Junts Pel Sí y la CUP; España no cruje porque estos políticos catalanes se hayan situado en un lugar imposible para la política real, la gente sigue a sus cosas porque sabe que cualquier solución será desde la legalidad y convergente en términos UE. Tampoco organiza los votos la amenaza del terrorismo, es una sociedad muy curtida en su parte más antigua y muy segura de sí misma en la parte más moderna.

El bipartidismo necesita de una transición ejemplar, donde los franquistas se hicieron demócratas y los socialistas y los periodistas conquistaron las libertades de las que disfrutamos todos. No es cierto. Murió el dictador y se puso en marcha un procedimiento sucesorio y de transformación de la naturaleza del Estado, un pacto entre élites desconectadas de la mayoría social. Después de 70 años de mansedumbre ininterrumpida, se produjo en España una reflexión, propuesta por la generación más joven, que estableció un nuevo pensamiento de lo público y lideró a las generaciones precedentes. «No nos representan» fue un juicio sumarísimo a la clase política convencional: el 15M produjo una discontinuidad social que es más transformadora de la realidad que la transición política. Los políticos enseñan sus declaraciones de la renta desde el 15M, no desde 1978, y aparecieron Podemos y Ciudadanos como formulación electoral del cambio profundo.

El estímulo es el mismo: la ruptura de cualquier vínculo emocional con una clase política que es percibida como un todo uniforme y tramposo. Los ciudadanos se desmovilizaron (2010-2014), para reincorporarse en espacios nuevos (2014-2015), aunque claramente diferenciados. Los votantes de Ciudadanos y de Podemos detestan a los políticos del PSOE y del PP, pero los primeros quieren pagar menos impuestos o quieren un tratado de libre comercio y no creen que haya que celebrar un refrendo en Cataluña. Necesitan estar orgullosos de ser liberales o conservadores y quieren la confianza de Merkel. Los votantes de Podemos se aglutinaron bajo el concepto «la casta» y llegaron de todas partes para ponerse enfrente de su poder representativo, en el lugar de la auditoría y la moratoria en el pago de la deuda; pero aprendieron de la política real griega. Podemos pastoreó con éxito hasta el lado izquierdo: era esto, o no era nada. Pero su transversalidad se estrechó: cuando disputaban las elecciones, en diciembre del 2014, habían incorporado más de un millón de votantes del PP, ahora son algo más de doscientos mil.

En definitiva, la encuesta de Sondaxe nos explica que el comportamiento electoral está cambiando bajo un factor de renovación demográfica, lo que significa el reemplazo de una materia social bruta por otra elaborada, y esto que impone el eje nuevo-viejo y la destrucción de la cultura política posfranquista. La nueva política se visualizó en el debate entre Iglesias y Rivera mediante la expresión «estoy de acuerdo». Esto no sucedía en España desde la moción de censura a Suárez en mayo de 1980.