Los ojos del mundo

Laureano López
Laureano López EL ENFOQUE

OPINIÓN

21 nov 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Es imposible no ser París. No ser París es no ser un ser humano. Todos somos París. También este niño es París. Los ojos de este niño -iraquí, o sirio, quizás afgano- son París, aunque puede que él no sepa lo que acaba de pasar en París, aunque puede que no sepa que existe París. Los ojos de este niño son los ojos de un niño parisino, también de un niño gallego. Si la inocencia tuviese ojos, serían estos ojos, unos ojos en la cola de refugiados en la frontera de Grecia y Macedonia, ante unas alambradas que son el espejo del fracaso de la «comunidad internacional», el fracaso de Europa. Todos deberíamos ser este niño agarrado a su mascota de peluche. Imposible no serlo. No ser este niño es no ser un ser humano. También nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos podrían ser este niño. Hannah Arendt habló de la banalidad del mal. Está, además, la banalidad de la indiferencia. Porque el terror engorda a base del mal y de la indiferencia. Y al terror se le asfixia con libertad, igualdad y fraternidad, con solidaridad. Lo opuesto a las alambradas de púas. Lo vimos en Nueva York y en Londres, en Madrid y en Bombay, en París y en Bamako. El terror es una enredadera que trepa muy a gusto sobre las alambradas. El terror busca que sembremos el mundo de alambradas, que demos la espalda a este niño, que nos demos la espalda a nosotros mismos. El terror pretende que nunca nos quede París.