Tony Blair pide perdón doce años después

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

02 nov 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Doce años después de cometido el pecado, Tony Blair se confiesa en público y pide perdón por la invasión de Irak. No se arrepiente de eliminar al dictador Sadam Husein, pero reconoce que aquella decisión, cuyo icono en las Azores comparte con Bush y Aznar, ha tenido consecuencias nefastas. La más evidente: el surgimiento del Estado Islámico, con su espantoso rosario de crímenes. Pero hay daños colaterales no menos catastróficos, derivados del aplastamiento de uno de los escasos regímenes no teocráticos que subsistían en el polvorín árabe.

No obstante su mea culpa, Tony Blair tendrá serios problemas para conseguir que lo absuelva la historia. Porque su confesión se ha dejado pecados, de otra índole pero también mortales, en el zurrón. Todavía no ha pedido disculpas por ejercer de cualificado enterrador del laborismo y la socialdemocracia europea. Su llamada «tercera vía» supuso la rendición incondicional del socialismo y su sumisión a los principios liberales. Incluso la denominación de la nueva corriente constituye una falacia. Antes de Blair, tercera vía era sinónimo de socialdemocracia: el camino que discurría entre las cuchillas del capitalismo y del comunismo, y que condujo a Europa a medio siglo de prosperidad sin precedentes. Después de Blair, tercera vía significa, lisa y llanamente, renuncia a toda alternativa económica distinta al neoliberalismo hegemónico. La izquierda se convirtió en un clon de la derecha, y Tony Blair, en un «Thatcher con pantalones», como lo denominan muchos de sus compatriotas británicos.

Cierto que Blair no estuvo solo en la doma y castración de la socialdemocracia. Al igual que en las Azores, tuvo maestros, colegas y discípulos aventajados. El canciller socialdemócrata Gerhard Schröder, hoy tan alabado por Angela Merkel, ocupa un lugar en el podio por méritos propios. Los dos, con su decidida apuesta por la tercera vía, abonaron el terreno a la derecha en sus respectivos países. El blairismo arraigó también en los países vecinos, incluida nuestra España. Su huella queda manifiesta en frases para la historia, como aquella de que «bajar impuestos es de izquierdas». Patente también en la posición de dirigentes socialistas que abogan por dar rienda suelta a los mercados, convencidos de que el Estado, los impuestos y las regulaciones entorpecen el crecimiento, y que ya después, una vez recogida la cosecha, llegará la hora de repartir los frutos. Primero, crecer; después, distribuir. Cuesta creer que sea una demócrata-cristiana -Marianne Thyssen, comisaria de Empleo- quien nos recuerde que «la desigualdad impide el crecimiento».

Tony Blair no será absuelto porque no ha confesado todos sus pecados. Y tampoco ha realizado el acto de contrición. Baste saber que, si bien cuenta con el atenuante de haber liquidado a Sadam Huseín, ahora se gana la vida asesorando a dictadores no menos crueles que aquel. Y cobra 200.000 dólares por cada una de sus homilías sobre el futuro de la socialdemocracia en el mundo.