El petróleo, gas y carbón necesarios para mover el mundo causan las emisiones a la atmósfera de CO2, uno de los más mentados gases de efecto invernadero, y por tanto el calentamiento global. Los países desarrollados, como Estados Unidos, Canadá o Europa y algunos emergentes de Asia y África han iniciado la construcción de hasta veinte plantas eléctricas que capturan e inyectan en el sustrato trece millones de toneladas al año de dióxido de carbono.
Así, en el 2020 la Tierra tendrá una atmósfera mas limpia. La ironía es que la explotación del petróleo es en sí misma fuente de liberación de anhídrido carbónico y de gas metano hacia la atmósfera; el CO2 se libera sin más a la atmósfera y el metano se quema en la boca del pozo (produciendo mas CO2). Últimamente, en muchos pozos petrolíferos se vuelve a inyectar otra vez el dióxido de carbono y el metano para hacer más fácil extraer el petróleo del yacimiento. Y el petróleo así extraído volverá a producir nuevos gases que acabarán en la atmósfera. En España, somos diferentes. Para aprovechar los yacimientos agotados de petróleo, restos de la autarquía de Franco, se decidió inyectar gas natural importado desde Argelia en la plataforma de Amposta, el proyecto Castor. La ironía es que el antiguo yacimiento está sobre una falla y la costa mediterrránea española es sísmicamente activa (recuerden el terremoto de Lorca), y la inyección de gas a presión movilizó la falla sembrando la inquietud en la costa mediterránea y obligando a paralizar el proyecto. Y ahora deberemos pagar a la concesionaria del mismo por no poder hacer el negocio que tenía pensado.