Cómo acabar con «Luar» de una vez por todas

Teo Manuel Abad FIRMA INVITADA

OPINIÓN

16 oct 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Una de las imágenes mentales más tristes que recuerdo es la de la muerte del filósofo Walter Benjamin en el pueblecito fronterizo de Portbou, cansado, enfermo y perpetrando un triste suicidio como último escape a su huida imposible de los nazis en aquel septiembre de 1940 en una Europa ocupada. Benjamin siempre consideró que «la fotografía, el cine, el jazz y la música popular» podían servir para modificar la conciencia de la masa precisamente por lo mismo que, por ejemplo, le refutaba la marxista Escuela de Fráncfort: su característica de difusión masiva.

La polémica sobre la «cultura popular» es vieja desde la aparición de los medios de comunicación masivos. Antes de estos, la cultura era un reducto que manejaban unos déspotas ilustrados en un mundo donde todo era aún sólido, inmutable, fiable y predecible. Cuando Nietzsche y la física cuántica vinieron a poner todo patas arriba y aparecían los mass media, la cultura se atrincheró en sus iglesias (museos), academias y libros, maldiciendo a estos modernos bárbaros a los que designaba con los términos más despectivos: caja tonta, ordenador bobo, Internet peligroso, videojuegos violentos, cómics infantiles... todo muy apocalíptico.

¿Y qué pinta Luar en todo esto? Bueno, hablamos de un programa de una televisión autonómica que lleva 1.000 programas en horario de máxima audiencia, durante 24 años y con una cierta aceptación popular. De por sí, es ya un hecho insólito en el panorama audiovisual español y mundial. Tiene más mérito quizás el que solo salga en él música popular, folclore, tradiciones y humor. Todo muy blanco. ¿Ejemplo de cultura popular? Pues, como diría un gallego, depende.

Porque lo que denominamos cultura en Galicia conserva mucho de esta vinculación a ilustración, urbanidad e intelectualidad. Seguimos un poco ajenos a la gran marea que nos sobrepasa por ambas orillas. Nuestra intelligentsia es tan incapaz de ver la emoción de un concierto de la Panorama como la imaginación de un videojuego o la delicadeza del diseño de una app. Seguimos con las Letras Galegas tras esperar 10 años de reconocimiento y, mientras tanto, premios; muchos premios «por facer cousas pola terra».

Y sin embargo, en cultura hace tiempo que se acabó el acotar, normalizar, definir y clasificar con academias, consellos o centros compuestos por momias más antiguas que las que vienen a Luar. La cultura ahora es fragmentaria, infinita, sin bordes, y se desarrolla siempre en campos populares. Campos que están ahora tanto en los conciertos del Combo Dominicano como en los smartphones y las tabletas. Tanto en las nuevas narrativas de televisión como en el agro-rock o el bravú con el que empezó Luar; en los blogs y en las sesiones vermú, en los seráns y en los rappers o grafiteros que hacen cada semana su obra de arte en el programa....

Este es un proceso imparable. Todo es ya industria cultural. El big bang hace tiempo que ha estallado y la cultura está en todas partes. Los libros no tienen que pasar por el filtro de las editoriales, los productos audiovisuales que se hacen en casa ya tienen calidad broadcast y aunque no la tengan van directamente a YouTube. Todo es ya nube, todo dispersión, fragmentación... Y ese proceso también ha llegado, como no, a la televisión, haciendo estallar las audiencias tradicionales. Como dice Ramonet, «la transformación digital de la televisión está haciendo desaparecer el concepto de público en general, con lo que debilita la función de cohesión nacional que poseía este medio». Y no hay nada peor para unas televisiones autonómicas que nacieron y trabajan cada día precisamente con ese fin.

Por lo tanto, para acabar con el programa de marras, basta con seguir haciendo como hasta ahora: aculturizarlo completamente poniéndolo a parir sin verlo siquiera; decir que es lo peor, que solo lo ven los viejos (como si delinquieran cada semana) y que sin embargo vosotros solo lo veis cuando zapeáis; seguir mirando el dedo que señala la Luna en vez de la Luna en sí, es decir, dando más importancia a los diez minutos de la Pantoja que a las tres horas y media restantes como si no existieran? Y ya está. Liquidada la falsa cultura, ya tendrán el campo libre las arenas sangrientas del coliseo romano en las que se están convirtiendo las televisiones que vampirizan el 90 % del mercado publicitario. Televisiones que, pasándose la legislación por el forro, hacen apología diaria de violencia de género en programas vicevérsicos, asesinan la mente de los niños en horarios protegidos a pesar de que dicen que los salvan; o fomentan el voyeurismo feroz con hermanos y supervivientes en horarios de máxima audiencia. Como decía Gila, un chollo: al no haber reglas, vas a la guerra y matas gratis. Cultura a tope amamantando generaciones en estos valores. Frente a esto, poco puede hacer Luar con sus actores, sus muiñeiras, sus concursos, sus orquestas y sus folclores. Bueno, Luar y cualquier televisión con escrúpulos o ansia de servicio público a una comunidad. Descansa en paz, Walter.