Videojuegos

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i Balsebre EL TONEL DE DIÓGENES

OPINIÓN

04 oct 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

La vida siempre ha sido un juego, pero nunca el mismo. Unas veces fue un parchís, otras la oca o el Risk, otras el póker o una tómbola. Pero hasta el siglo XXI todos los juegos eran de mesa y de distancias cortas. La diferencia actual es que hoy se juega siendo el avatar que uno elige en un tablero sin reglas, sin identidades y de dimensiones planetarias. Vives y juegas sin comodín y con la seña obsoleta.

Este siglo se parece cada vez más a un videojuego. Una realidad virtual que te inunda por todos los canales informativos -también casi infinitos-, en la que manejas todo menos la realidad; la realidad perezosa de lo cotidiano y la otra más excitante de lo sorprendente. En todo videojuego que se precie, te lanzan bombas, tiros, descargas o esferas que tienes que esquivar; te cambian de pantalla y de mundos, de parejas y de naves... siempre a una velocidad cada vez mayor y sumando bonus.

En el videojuego del siglo XXI ocurre lo mismo. Sentado en casa viendo la tele o escuchando la radio, navegando por Internet o leyendo los periódicos con un café o una caña en la mano, de repente te saltan a la pantalla hordas de refugiados, guerras inacabables y lejanas, desastres ecológicos, conflictos autonómicos, fraudes industriales, chorizos camuflados, niños moribundos, juicios de telenovela... uno detrás de otro y a velocidad de vértigo. Todo eso siempre estuvo ahí, pero la diferencia es que ahora somos nosotros los que estamos en todo. No has resuelto el problema de los expatriados cuando tienes que olvidarte de ellos para neutralizar al rey Arturo y, aún sin conseguirlo, pasar a revisar el coche trucado que amenaza el equilibrio planetario. Y todo sin manual de instrucciones, teniendo que improvisar para que no pierdas puntos y te devuelvan al nivel cero del principiante.

El videojuego de siglo XXI es universal, permanente, instantáneo e infinito, cada vez más inabarcable para nuestra capacidad psíquica de asimilar tantas amenazas al mismo tiempo.

La situación se plantea paradójica: o desconecto y asumo las consecuencias de no enterarme de nada, o me conecto y asumo la angustia permanente de este juego de locos en red en que se ha convertido nuestro tiempo. Resulta difícil hallar una solución que no pase por acabar siendo un paralítico emocional o un depredador de ansiolíticos.

Cerrado el verano, desvanecidos los monstruos de chancletas, pantalones pirata y camisetas frikis, se saluda al otoño, que sigue sin dar tregua en este juego de cromos planetario y promete nuevos e inacabables monstruos aún desconocidos.

En eso estamos; superamos las eras paleolítica y neolítica y ahora tenemos que vérnoslas con la actual: la era ansiolítica.