Europa en su laberinto

María Xosé Porteiro
María Xosé Porteiro HABITACIÓN PROPIA

OPINIÓN

27 sep 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Veintiocho años después de la caída del Muro de Berlín, un nuevo muro cerca a los veintiocho países que integran la UE. Veintiocho veces veintiocho, como si de una maldición bíblica se tratase, repetimos errores que la historia pone de relieve. El mundo ha cambiado pero los europeos continuamos creyéndonos la cuna de la única civilización posible. Los límites de Europa estaban claros en tiempos pasados: al Norte, los países bálticos y el Canal de La Mancha; al Este, el comunismo; al Sur, los países árabes; y al Oeste, un océano que nos unía con nuestros aliados, los norteamericanos. Rusia es nuestro nuevo vecino; Oriente Medio nuestro talón de Aquiles; África no existe -nos da miedo el dengue- y América, mar por medio, sigue hablando inglés. Los millones de muertos en suelo europeo a lo largo del siglo XX se olvidan por desidia histórica, pero las naciones que ignoran su historia corren el riesgo de repetirla. De la Guerra Fría heredamos la paz de los temerosos. Creímos llegado el momento de crear una nueva Europa sin meditar si creíamos en ella. Así nació la UE, un proyecto en común, entre iguales, que daría paso al albor de los Estados Unidos de Europa. En el camino, creamos el Estado de bienestar como un concepto equidistante entre capitalismo y socialismo, confluencia de las dos grandes tendencias ideológicas de nuestra era. Fuimos sumando Estados democráticos, sociales y de derecho, que cedieron parte de su soberanía a cambio de construir una superestructura común.

Casi tres décadas después, aquel sueño se precipita al vacío: los derechos ciudadanos se olvidaron y las personas solo somos cuotas de mercado. Los burócratas se han impuesto a los demócratas. El liderazgo y la legitimidad democrática no cotizan en bolsa y Europa está perdida en su laberinto. Necesitamos refundar el proyecto europeo; desterrar Maastricht; recuperar la Europa de los ciudadanos de los ochenta; abordar el declive poblacional y dar paso a una sociedad plurilingüística, multirracial, heterogénea, con oportunidades para los jóvenes y protección para los ancianos del futuro; anular los circuitos que aprovisionan de armamento a sátrapas para sus guerras intestinas; y, muy importante, establecer sanciones para aquellos Estados miembros que no respeten las leyes y mandatos internacionales que hemos asumido como propios, como ahora ocurre con el obligatorio derecho de asilo para los refugiados políticos. Europa necesita, sin prisas pero sin pausas, recuperar la dignidad y los valores que los poderes financieros tratan de suprimir. La meta debe estar en unos Estados Unidos de Europa, donde los ciudadanos sean el objetivo único de la labor de gobierno y los demás poderes estén al servicio del interés común. De lo contrario, el ideal europeo se quedará en el camino y seguiremos avanzando, inexorablemente, hacia una Europa fallida.