El simulador de vuelo

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

15 sep 2015 . Actualizado a las 08:32 h.

D e todas las imágenes que describen el intrigante panorama catalán y su desafío a la unidad de España, hay una especialmente acertada: la del simulador de vuelo. Es original del político Ignasi Guardans, que fue militante de Convergència y abandonó este partido al advertir su giro independentista. Guardans compara el proceso, efectivamente, con un simulador de vuelo en el que Artur Mas conduce un avión desde una cabina segura, donde no hay obstáculos reales, ni temporales reales, ni otros aviones que se crucen en el camino. La mayoría de escaños y no de votos se sortea con una maniobra del piloto, la pertenencia a la Unión Europea está asegurada, no habrá paro ni cáncer y, según la previsión de la presidencia de ANC, las abuelas dejarán de ser necesarias para el cuidado de los nietos. El simulador de vuelo.

En efecto, todo se desarrolla en esa clave de ficción y gran parte de la sociedad catalana -el día 27 veremos cuánta- la compra. La compra con su asistencia masiva a la manifestación de la Diada. La compra con su intención de voto. Y la compra con una fuerza sociológica que hace que lo moderno en Cataluña, lo in como se decía antes, sea ser independentista. Lo demás podrá ser racional, peligroso para la economía y para la convivencia, pero es anticuado. Está demodé. Lo pude comprobar en un viaje a Barcelona, cuando me abordó un dirigente de la patronal Foment, y me reveló esta tremenda realidad: «Hace un año, ningún empresario asociado quería oír la palabra independencia; hoy la aceptan la mitad». Le pregunté por el coste económico y me respondió: «Lo tienen calculado, el 30 por ciento, y ya lo han descontado como el precio a pagar por la causa».

Están en el simulador de vuelo. Como multitud de catalanes. Como la inmensa mayoría de pequeños empresarios locales, porque en Foment están los grandes. Me pregunto, ante ello, cómo las patronales han tardado tanto en hacer saber las auténticas consecuencias de la independencia, porque solo han reaccionado hace unos días. Oigo los mítines de los dirigentes nacionales, y percibo que están tan preocupados por las elecciones generales de diciembre como por las que decidirán el comienzo del trámite de desconexión con España. Y siento un profundo desaliento. No se supo percibir la dimensión del desafío.

Todos, desde el Gobierno al último partido de oposición, estuvieron viendo el simulador de vuelo, pero en otro sentido: creyendo que, efectivamente, todo era un simulacro. Y ahora hay algo imparable: la independencia se ha instalado en gran parte del cuerpo social. Para él ya es un estado de ánimo, una salida deseable y natural. Sería un milagro que en trece días esa sociedad percibiera que todo fue una simulación.